Autor: Álvaro Correa
La vida de los genios
suele estar salpicada de anécdotas curiosas, embellecidas por una excepcional
profundidad humana y espiritual. Pensemos en la que narra al compositor Haendel
en torno a la más prestigiosa obra de su carrera: “El Mesías”.
Se cuenta que, poco antes
de probar el dulce manjar de la “inspiración” musical, había pasado un tiempo
de dura prueba física y moral. Una vez que sintió que la llama de una nueva
melodía volvía a encenderse dentro de sí, se aplicó a la fatiga de ponerla
sobre papel.
Pasadas tres semanas,
dedicadas exclusivamente a esta faena, pudo concluirla. Y se cuenta que “el
estreno” de la obra fue en su propia casa en presencia de su médico y de un
acompañante. Era el 14 de septiembre de 1741 en Londres.
Por primera vez unos oídos
humanos escuchaban las partituras sublimes de “El Mesías”. Entonces, el Dr.
Jenkins expresó con vivo entusiasmo: “Jamás oí algo semejante. ¡Usted tiene al
diablo en su cuerpo!”.
A lo que, avergonzado,
Haendel replicó: “Yo creo, más bien, que era Dios quien estaba dentro de mí… Y
jamás recibiré dinero por la obra, porque se la debo a Él”. En efecto, Haendel
manifestó siempre una sentida gratitud a Dios nuestro Señor por el regalo que
le había concedido.
Motiva conocer estos datos
biográficos de Haendel porque, si de “inspiración” hablamos, ¿quién no tiene
necesidad de ella?
En verdad, no sólo los
músicos y artistas necesitan de inspiración; sino que también la requieren los
arquitectos, escritores, cineastas…, así como los pasteleros, ingenieros,
conferencistas, etc.
¿Y por qué no añadir a las
mamás cuidando de sus bebés, a los muchachos cuando planean una actividad
social, a un joven papá cuando decide qué sea lo mejor para su esposa e hijos…?
Ojalá que podamos sentir,
como Haendel, a Dios muy dentro de nosotros mismos inspirándonos una buena
obra.
Concedamos a este buen
Dios y no al diablo, la batuta para que dirija nuestros talentos, las más
sentidas aspiraciones y las decisiones que marcan la trayectoria de la vida. No
dudemos que, cuando el hombre acoge las inspiraciones de Dios se genera una
obra maravillosa.
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