Autor:
Fernando Pascual
Las opiniones,
para algunos sofistas griegos, cambian como el color del cielo vespertino: de
prisa y sin pausa. Son fugaces, son breves, son transitorias. No buscan tocar
la verdad, sino sólo agradar a los ojos, conseguir adhesiones, dirigir el
gobierno de los pueblos.
Las opiniones
nacen, se desarrollan y mueren según modas, muchas veces dirigidas por grupos
de poder más o menos conocidos. Grupos de poder que son capaces, ayer como hoy,
de hacer pasar como verdadero lo falso, como bueno lo malo, como oscuro lo diáfano,
como justo lo injusto.
La historia
muestra cómo el poder ha construido andamios de apariencias para defender
intereses turbios. Gobernantes sin escrúpulos han llamado “progreso” a la
destrucción de pueblos inocentes o de personas calificadas como “razas
inferiores”. Han hecho creer que el aborto “libera”, cuando sólo destruye
corazones y asesina a hijos. Han presentado la esterilización forzada como
ayuda imprescindible para tantos países en vías de desarrollo.
Otros grupos de
poder llaman matrimonio a lo que matrimonio no es. Porque sólo hay verdadero
matrimonio donde se unen un hombre y una mujer que, por su complementariedad
sexual, están abiertos a acoger a los hijos que puedan nacer desde su amor
mutuo.
La verdad, sin
embargo, es testadura. A veces será defendidas por personas débiles, aisladas,
perseguidas por dictaduras criminales o por sistemas pseudodemocráticos
controlados por los poderes del dinero y de las ideologías de turno.
Sus palabras serán
arrinconadas, sus vidas correrán peligro. Pero gracias a los amantes de la
verdad y la justicia, la humanidad ha contado y contará siempre con héroes que
hacen más hermosa la historia de los pueblos.
Sócrates conserva
toda su fuerza paradigmática, su condición de rebelde ante sofismas engañosos.
Nos repite hoy, como ayer, que una vida sin compromiso por la verdad no vale la
pena. Como no vale la pena una victoria conseguida al margen de la justicia y
del bien auténtico, basada en opiniones engañosas impuestas a través de la
fuerza o la propaganda.
El poder no podrá
decidir nunca ni lo bueno ni lo malo. Se limitará a crear apariencias de engaño,
parches cómodos para contentar a los poderosos y engañar a muchos incautos.
Destruirá a Sócrates, llevará a la muerte física o “social” a millares de mártires
del pasado y del presente.
Pero la verdad
tendrá siempre la última palabra de la historia humana. Porque el rey está
desnudo, aunque nadie se atreva a declararlo. Porque en cada concepción inicia
una nueva vida humana, aunque lo nieguen los defensores de la cultura de la
muerte. Porque el matrimonio está y estará siempre abierto a la fecundidad,
aunque lo nieguen los que piensan que basta un papel y unas leyes para que lo
blanco se convierta en negro.
La verdad, al
final, hará oír su voz. Especialmente a través de hombres y mujeres capaces de
sacrificar su fama y su vida, como Sócrates, para desenmascarar mentiras y para
defender la dignidad, la justicia y el respeto que merece cada miembro de la
familia humana.
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