Autor: Fernando Pascual
El mito del pueblo surge cuando se habla del pueblo sin conocerlo, o con manipulaciones y lecturas que impiden comprender lo que la gente realmente piensa y experimenta.
Ese mito surge, por ejemplo, cuando se manipulan encuestas y al final se concluye que la gente odia las religiones, o aprueba la pena de muerte, mientras en realidad la mayoría busca una vida religiosa y no desea la ejecución de nadie.
Surge también en análisis ideológicos que exaltan al proletariado, o al campesinado, o a la clase media, o a los empresarios, o a los profesores, o a los expertos, o a los científicos, mientras se olvida que en cada grupo humano hay buenos y malos, honestos y rufianes.
Por eso, más que hablar del pueblo, como si fuese una categoría mítica que cubre y uniforma misteriosamente la enorme diversidad humana, conviene fijarse en las personas concretas, escuchar sus puntos de vista, percibir sus preocupaciones y sus esperanzas.
Entonces podremos acercarnos a la realidad de los grupos humanos en su riqueza inagotable, en sus cambios y permanencias, en sus aspiraciones y sus esfuerzos individuales y colectivos hacia metas más o menos concretas.
Esas metas serán negativas, si surgen desde las pasiones más bajas, si se orientan hacia la avaricia y el egoísmo, si sucumben a un consumismo agresivo que tantos daños puede provocar en el propio territorio y en el planeta.
Esas metas, en cambio, serán positivas, si nacen de los mejores deseos de las personas y los grupos, si están iluminadas por la justicia, si construyen puentes de diálogo y de paz, si promueven el bien común.
Todo ello exige, muchas veces, una conversión continua, porque lo bueno que hay en cada uno y en los pueblos puede dañarse, con pequeños o grandes pasos, bajo la tentación de pecados que llevan a la muerte.
Esa conversión personal permitirá que un pueblo, conjunto de personas concretas, se abra a Dios y al bien ajeno, de forma que promueva leyes y modos concretos de vivir que hagan al mundo un poco más bello y más iluminado por el amor y la esperanza.
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