Autor: Fernando Pascual
La medicina se enfrenta a una situación que afecta la vida de
miles de seres humanos: el uso creciente de diagnósticos prenatales o
preimplantatorios que muchas veces son usados para eliminar a aquellos
embriones o fetos en los que se descubra alguna característica o algún defecto
no deseado por los padres.
¿Se está haciendo, así, un uso correcto de la ciencia médica? Es conveniente recordar que la medicina está puesta al servicio del hombre. Desde hace muchos siglos, busca ayudar a cada ser humano a través de un trabajo en dos momentos fundamentales. El primero es el diagnóstico: hay que conocer qué tipo de enfermedad afecta a la persona que se acerca (o es llevada) al médico para pedir ayuda y atención. El segundo es la asistencia y sanación: hay que curar, en la medida de lo posible, la enfermedad causa de dolores y sufrimientos; y hay que eliminar o paliar los daños que produce tal enfermedad (también cuando ésta no es curable).
El progreso técnico ha permitido mejorar notablemente las
técnicas de diagnóstico. Cada vez resulta más fácil descubrir qué enfermedad
afecta a esta persona concreta. Queda, sin embargo, mucho camino por recorrer,
pues no siempre se acierta en el diagnóstico, o a veces se tardan semanas o
meses en atinar con la enfermedad que tiene postrado al paciente.
Desde el conocimiento de la enfermedad, se pasa a la segunda
fase de la verdadera medicina: ayudar al enfermo. La ayuda consiste, como
dijimos, en aliviar el dolor (la universal “aspirina” es un ejemplo clásico de
este tipo de acción paliativa) y en curar al enfermo con la supresión (o,
cuando sea posible, con el control) de la enfermedad que lo aflige.
Los médicos tienen que reconocer que muchas enfermedades, hoy
por hoy, son incurables. Especialmente aquellas enfermedades que se originan a
partir de los genes no tienen fácil curación. Estas enfermedades genéticas
(fibrosis quística, talasemia, síndrome de Down, etc.) pueden ser detectadas
antes del nacimiento a través de un diagnóstico prenatal, que sirve también,
según los tipos de técnicas usadas, para conocer otras enfermedades o daños en
los embriones o fetos. Cuando se ha recurrido a la fecundación in vitro, este
diagnóstico es llamado diagnóstico preimplantatorio o preimplantacional (DPI),
el cual permite descubrir algunas enfermedades genéticas en los embriones antes
de transferirlos a las trompas de Falopio o al útero.
Entramos aquí a considerar una nueva situación en la historia
de la medicina. Es algo sabido, si bien no hay amplios estudios sobre el tema,
que muchos diagnósticos prenatales (y muchos diagnósticos preimplantatorios) se
convierten en motivo para recurrir a abortos de tipo selectivo. Se elimina de
modo casi sistemático a los individuos en los que se descubre algunos tipos de
enfermedades.
Estos abortos selectivos reciben un nombre equivocado,
“abortos terapéuticos”. En realidad, no podemos llamar “terapéutico” a un acto
que elimina un ser humano (aunque no haya nacido) por tener algún tipo de
patología o algún defecto cromosómico. Tampoco es correcto llamarlo “aborto
eugenésico”, en el sentido de que quien es abortado no consigue el “buen
nacimiento” que debería esperar. A veces se usa el adjetivo “eugenésico” como
si el eliminar a embriones o fetos enfermos fuese el mejor camino para lograr
en un nuevo intento el nacimiento de un individuo sano, lo cual es algo todavía
por ver.
Como botón de muestra de la extensión y uso de este aborto
selectivo, podemos considerar un estudio que fue publicado hace algunos años.
En la isla italiana de Cerdeña hay un alto nivel de personas que pueden
transmitir el gen que provoca la talasemia o anemia mediterránea. Esta
patología, en sus formas más graves (la beta-talasemia) obliga a realizar
continuas transfusiones de sangre a quienes nacen con esta enfermedad, lo cual
implica toda una serie de consecuencias perjudiciales para el enfermo.
Por lo mismo, se aplicó en Cerdeña un programa de
“prevención” a través del recurso al diagnóstico prenatal. Durante 13 años se
ofreció a las parejas el test cromosómico, primero a los mismos padres (para
descubrir a los portadores de la enfermedad) y luego, para quienes lo desearan,
a los embriones o fetos concebidos en parejas de portadores. De este modo,
fueron descubiertos 619 fetos genéticamente enfermos de la peor forma de esta
talasemia, y el 99,4 % de estos fetos fueron abortados después del test genético.
Así, si antes en Cerdeña nacía 1 niño con beta-talasemia cada 250 habitantes,
después de esta selección abortiva nacía 1 niño con esta enfermedad cada 1000
habitantes. El estudio fue publicado por el Comité nacional de bioética de
Italia en 1992.
Conviene aclarar que no todos los padres se sometieron a este
test. Algunos lo rechazaron precisamente porque vieron el peligro de que el
test fuese utilizado para eliminar a los niños concebidos con esa enfermedad,
como de hecho ocurrió, como vimos, en casi todos los casos de los padres que sí
se sometieron al test.
Lo que acabamos de decir se aplica al tema del diagnóstico
pleimplantatorio en las técnicas de fecundación in vitro. Muchas veces este
diagnóstico es llevado a cabo para hacer una discriminación entre embriones
sanos (luego transferidos a la mujer) y embriones enfermos, que son simplemente
destruidos o abandonados.
No hace falta añadir muchos comentarios. Nos encontramos ante
un uso no médico del diagnóstico prenatal. Conocer una enfermedad, como dijimos
antes, sólo tiene sentido en tanto en cuanto podemos hacer algo para ayudar al
enfermo (aliviar su dolor, buscar caminos para curar la enfermedad en cuando
sea posible). Realizar un diagnóstico para eliminar al individuo humano enfermo
es, simplemente, hacer un uso criminal de algo que, originariamente, estaba
orientado para hacer el bien, para curar o para aliviar al enfermo.
Resulta difícil contrastar una mentalidad selectiva y
discriminatoria que se difunde cada vez más en muchas sociedades. Pero no es
algo imposible. La verdadera medicina, la que se dedica a curar y a asistir,
tiene capacidades para despertar y quitarse de encima presiones culturales que
le impiden actuar en favor de los seres humanos. La familia, el hogar donde
nace cada ser humano, puede descubrir que cada hijo, incluso el diferente, el
enfermo, tiene un valor insustituible. La misma sociedad, que tanto lucha para
evitar discriminaciones y racismos, está llamada a promover las ayudas
necesarias para que los embriones y niños que sufren enfermedades incurables
sean tratados con el respeto que merece todo ser humano, independientemente de
su sexo, de su raza o de su estado de salud o enfermedad.
El diagnóstico prenatal no puede convertirse en un
instrumento de muerte. Está orientado a conocer para ayudar, para aliviar, para
acompañar en el camino de la vida a seres humanos que inician su existencia con
los mismos derechos de los demás. Aunque sean más débiles o tengan una
enfermedad hereditaria, merecen ser respetados y ayudados como lo fuimos cada
uno de los que ahora podemos vivir, muchas veces gracias a la asistencia
ofrecida por tantos médicos honestos y respetuosos que nos dieron la mano y usaron
su técnica para curarnos en momentos en los que, tal vez, peligraba nuestra
vida.
A esos auténticos profesionales de la medicina les damos, de
corazón, las gracias: han sabido respetar la dignidad de cada ser humano,
también de quienes sufren (tal vez podemos decir “sufrimos”) enfermedades
incurables.
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