Autor: Fernando Pascual
Los políticos en campaña electoral prometen reformas,
cambios, progresos, mejoras. Llegan al gobierno, y la realidad es la de
siempre, o a veces avanzamos hacia el retroceso.
Las agencias de turismo prometen viajes de ensueño a lugares
exóticos, con todo tipo de garantías. Después, muchos afrontan días de
aburrimiento durante las vacaciones, o situaciones de peligro (mosquitos,
robos, secuestros).
Los ingenieros informáticos lanzan al mercado aparatos y programas que, según dicen, van a revolucionar el modo de vivir de la gente: un nuevo móvil, un “tablet”, una computadora portátil, un dispositivo para escuchar música. Cuando el producto sale a la venta, las expectativas han sido tan infladas que muchos sufren un enorme desengaño.
Los servicios meteorológicos prometen lluvias para el fin de
semana. Llega el sábado, llega el domingo, y caen cuatro gotas que no ayudan en
nada a las tierras sedientas de agua.
Los seres humanos no podemos vivir sin expectativas. Nos
alimentamos de ellas como de oxígeno o de agua. Desde que nos levantamos hasta
que nos acostamos, estamos rodeados de expectativas pequeñas: habrá café en la
despensa, encontraremos leche en la nevera, hoy funcionará el metro y no
tendremos que hacer cola en el ayuntamiento.
Muchas expectativas quedan satisfechas: el mundo muestra una
regularidad admirable. Pero en otras ocasiones nos topamos con imprevistos, o
con hechos que pudimos (quizá debimos) prever. El encuentro con lo no esperado
sorprende, irrita, provoca sentimientos de frustración o de desanimo.
El mundo es demasiado frágil para que todo ocurra como
deseamos y como esperamos. En las nubes y en el suelo que pisamos hay algo
imprevisible que puede esconder acontecimientos hirientes. En los familiares y
en los amigos también se esconde un universo de misterios que salta cuando
menos lo esperamos. Nosotros mismos somos mudables, indecisos, imprevisibles
para los demás y, a veces, para nosotros mismos.
La vida es así: un juego de incertezas, de sueños, de
desengaños, de alegrías (también ocurren, gracias a Dios, eventos maravillosos
que nos sacan de pesadillas prolongadas).
En medio del tumulto de las cosas grandes o de las cosas
pequeñas que cambian una y otra vez, sabemos que existe un Dios que no puede
cambiar, porque su esencia es un misterio de Amor, y el Amor lleva siempre a lo
estable, lo firme, lo eterno...
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