Autor: Fernando Pascual
Entre los muchos reproches dirigidos hacia personajes
públicos, políticos, periodistas, uno consiste en acusarles de falta de
coherencia cuando se les ve atacar a unos por haber hecho algo y no decir
absolutamente nada negativo contra otros cuando han hecho exactamente lo mismo.
Así, vemos que los políticos de un partido denuncian, critican, protestan, cuando una categoría profesional aumenta los precios de sus servicios y no dicen nada, absolutamente nada, cuando otra categoría profesional tiene un comportamiento parecido.
Será fácil, entonces, criticar a esos políticos de falta de
coherencia. Y también en ocasiones resultará fácil que esos políticos se
defiendan con la misma arma: dirán a sus críticos que sean coherentes y que
critiquen a los políticos del otro partido de hacer exactamente lo mismo...
Detrás de este reproche se hacen evidentes dos aspectos
interesantes de algunos comportamientos humanos. El primero: vemos que hay
personas que critican a unos por un modo de actuar y no critican a otros que
hacen lo mismo porque sienten antipatía hacia los primeros y simpatía hacia los
segundos.
Es mucho más común de lo que imaginamos el hecho de tener
simpatías por unos y antipatías por otros. Las simpatías evitan que miremos o
que condenemos a los “amigos” cuando cometen “errores”. Y las antipatías
agudizan nuestra mente y despiertan nuestro espíritu crítico ante esos mismos
“errores” si los llevan a cabo los “enemigos”.
El segundo aspecto es que esperamos que las personas sean
coherentes y que apliquen un mismo criterio a la hora de juzgar a unos y a
otros. Lo curioso es que mientras exigimos a otros coherencia, y les pedimos
que condenen a todos por igual, nosotros en ocasiones también faltamos a esa
coherencia.
Los dos aspectos luchan entre sí. Las simpatías y antipatías
provocan muchas arbitrariedades en los reproches y condenas que formulamos
respecto de otros. Pero sentimos que esas arbitrariedades son, a su vez,
reprochables, cuando las observamos en otros.
Aunque este fenómeno sea algo muy extendido, aunque también
ocurra en nuestra mente, algo nos dice que un sano espíritu ético identifica el
mal como algo siempre reprochable, lo comentan unos o lo cometan otros, sin
distinciones de partidos, categorías sociales o de otro tipo.
Pero entonces, ¿qué hacemos con las simpatías y antipatías
que constituyen un elemento continuamente presente en casi todos los seres
humanos? ¿Cómo aprender a pensar con menos prejuicios y más amor a la verdad y
la justicia?
Es un reto difícil, pero que vale la pena afrontar. No solo
para que nuestros juicios sean más coherentes, sino, sobre todo, para promover
en serio una convivencia social donde la honradez sea un ideal realmente
respetado y aplicado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario