Autor: Michael Ryan Grace
Fuente: es. catholic.net
Pensar el amor en lo
próspero y en lo adverso no es fácil para el ser humano: hombre y mujer. Se
trata de una “prueba difícil”. Hay necesidad de la oración porque, en palabras
de Juan Pablo II "el amor puede ser profundizado y conservado solamente
por el Amor" . Veamos ahora cómo Dios acompaña al hombre en esta vocación y
cómo hace real su palabra: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin
del mundo” (Mt 26,26).
El Papa, en la carta
a las familias, pone como título del segundo capítulo “El Esposo está con
vosotros”. Es un título que expresa la ayuda que Dios da a las parejas. Esta
presencia-consuelo de Dios resulta especialmente evidente en el sacramento del
matrimonio. Queremos ver ahora lo que significa este sacramento para el amor de
los esposos.
Los sacramentos, en
general, se definen como signos que dan la gracia. Cada sacramento tiene un
signo diverso (el agua, el pan, etc.) y cada sacramento da gracias específicas.
El matrimonio da la gracia de vivir con amor generoso la vida matrimonial,
convirtiéndola en fuente de gracia y en camino hacia el cielo. )Cómo? Por el
enriquecimiento que Cristo confiere al amor de los esposos envolviéndolo en su
propio amor. Expliquemos este concepto.
Cuando dos personas
llegan a madurar su amor, sienten la necesidad de que ese amor sea total. Cada
uno quiere ofrecer al otro un don perfecto, pues el amor siempre busca lo más
perfecto para el ser amado. Quisiera que el amor tuviera todas las cualidades
del bien: “te quiero amar con un amor que sea pleno, eterno, fiel, grande,
hermoso, sin egoísmo, sin mancha”.
Pero, enseguida el
ser humano se da cuenta de que es débil, temporal, limitado, con tendencias al
egoísmo, a la trampa, a la manipulación. Quiere ofrecer un regalo perfecto pero
ve que no tiene todo lo que ofrece. Quiere ofrecer un amor generoso y percibe
que puede ser tacaño y mezquino. Parece que el amor quiere ofrecer más de lo
que realmente tiene. Y es así.
Entonces, ¿qué hace
un cristiano frente a este dilema? Hace aquello que debe hacer en todos las
situaciones límites y momentos difíciles: ¡reza! Dirige su mirada a Cristo y le
pide ayuda: “quiero amar a mi pareja con un amor perfecto y tú me tienes que
ayudar, tú me tienes que apoyar”. Y Cristo viene en su ayuda. En este sentido,
el matrimonio cristiano no es una realidad con dos protagonistas sino con tres.
A la luz de la fe el
cristiano descubre que también Cristo-Dios conoce y ama a su pareja. Los novios
pueden decirse con toda verdad: “antes de que yo te conociera y amara, Cristo
ya te conocía y te amaba; además, te quiere con el tipo de amor con el que yo quiero
amarte: un amor fuerte, eterno, fiel, paciente, lleno de perdón, probado en el
crisol de la entrega, llevado hasta la medida más grande que es dar la vida por
ti”.
Esto se deduce de lo
que leemos en la carta de San Pablo a los Efesios (5,25-27) donde se nos dice
que Cristo-Esposo amó a la Iglesia y se entregó por ella. Los novios pueden
poner nombre y apellido a esto y decir: “el amor que Cristo tiene por la
Iglesia es el amor que tiene por mi esposo, por mi esposa. Cristo y yo amamos a
un mismo ‘pedazo’ de esa Iglesia. En este sentido, los cristianos pueden pedir
a Cristo un regalo estupendo para su matrimonio. Pueden pedirle una alianza de
amores”. Yo imagino la siguiente oración en labios de unos novios: “Cristo, tú
y yo amamos a la misma persona. Tú la amabas antes que yo. Además, Tú la amas
con el tipo de amor con que yo quisiera amarla. Yo quiero unir mi amor al tuyo,
quiero que te sumes conmigo para que así también mi amor pueda ser fuerte y
pleno”.
El sacramento del
matrimonio realiza esta compenetración de amores. Cristo toma el amor humano y,
sin quitarle nada de lo humano, lo reviste del suyo, lo fortalece con el suyo.
Después de este momento los esposos pueden decir: “yo te amo con todo mi amor,
pero ya es con mi amor revestido y enriquecido con el amor que Cristo te
tiene”. Si hacemos una comparación yo diría que es como un pequeño riachuelo
que va por el valle y es alcanzado por un gran caudal, por el agua que viene de
una enorme presa que se rompe. El riachuelo (el amor humano) se engrandece
hasta alcanzar dimensiones insospechadas (las del amor de Cristo). El amor de
los esposos es elevado por el sacramento a rango sobrenatural.
Por eso dirá el Papa
invitando a los esposos a permanecer unidos a Cristo por medio de la fe y de la
práctica de su vida cristiana:
"Sólo si
participan en este amor y en este ‘gran misterio’ los esposos pueden amar hasta
‘el extremo’: o se hacen partícipes del mismo o bien no conocen verdaderamente
lo que es el amor y la radicalidad de sus exigencias”.
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