20 de agosto de 2012

El despertador mudo

Autor: Álvaro Correa

Se cuenta la siguiente anécdota. En una casa de un pueblo tranquilo vivía una pareja que desde hacía tiempo afrontaba un problema matrimonial. Primero se les veía discutir continuamente, pero poco después “de común acuerdo” -si se puede decir así en estos casos conflictivos- terminaron por no dirigirse la palabra. En definitiva, continuaron su vida de cada día ignorándose, como si uno no existiera para el otro.

Un día sucedió que el hombre debía salir de viaje temprano y necesitaba despertarse a las 5. 00 de la mañana para ir al aeropuerto. Alzarse a esa hora no era su fuerte, pero, ¿cómo pedirle a su mujer que lo ayudase, sin romper el silencio? Se le ocurrió entonces algo muy natural: escribirle una nota -como si la mandase a una persona lejana-. El mensaje decía: “Por favor, despiértame a las 5. 00 de la mañana”.


La noche pasó serena y, al día siguiente, el sol despertó al señor con su resplandor. Éste se alzó de golpe. ¡Eran las 9. 00 de la mañana! ¡Había perdido el avión! Montó en cólera y saltó de la cama furioso imaginándose lo peor de su mujer. Y he aquí que su enojo tropezó con otra nota escrita, colocada sobre la cama. Su esposa le había escrito lo siguiente: “Son las 5. 00 de la mañana. ¡Despiértate!”.

Una reflexión sobre una anécdota se arriesga a tener las piernas cortas, pues carece de elementos para responder a preguntas importantes como éstas: ¿por qué dejaron de hablarse?, ¿se trataba de un capricho momentáneo o era, por el contrario, el ápice de una ruptura matrimonial?, ¿qué reacción tuvieron tras el episodio del avión perdido?, ¿qué parte tenían en esta situación sus hijos?

Mirando la escena bajo los trazos de una viñeta, da la impresión de que no se trataba de un matrimonio despedazado. El hecho de que vivan bajo el mismo techo y de que mantengan  un diálogo, al menos escrito, es una señal importante. En todo matrimonio el amor se resiste a morir y, cuando surgen dificultades, en el fondo de las cenizas hay unas brasas calientes, prontas a encender la llama primera de su entrega mutua.

No sabemos cuánto fue el tiempo de su silencio, pero se puede pensar que el mensaje escrito fue quizás el único. La pérdida del vuelo en avión habrá ayudado al señor a reflexionar que lo que no puede perder, en absoluto, es el amor de su esposa. El mensaje escrito habrá incentivado a la señora a valorarse como madre de hogar, cuya cercanía, cariño y atención son imprescindibles. Cuando dos personas se aman, también se necesitan -incluso para llegar a tiempo al aeropuerto-.

No deseamos que esta anécdota, que puede provocar una sonrisa, tenga gotas de pena. Es decir, que los esposos no se dirijan la palabra porque llevan en sus pechos un corazón bloqueado.  Es verdad que la boca se queda muda cuando el corazón fatiga en sus latidos de amor, pero las líneas escritas entre ambos son un punto de unión importante. La llama comienza con una chispa bien alimentada.

Los matrimonios han de rezar juntos, han de vivir, trabajar, gozar y sufrir juntos. Su grandeza es el amor compartido, que Dios bendice con su presencia. Para este episodio del matrimonio mudo, cada quien puede imaginar una conclusión posible. Ésta es una sugerencia:

El señor, que estaba rojo del coraje, se quedó anclado en la nota de su esposa. La leyó varias veces y cada vez que lo hacía, sentía que su corazón se calmaba. Dejaba de pensar en el avión y ante sus ojos resurgía el rostro de su esposa.

Estando así, se abrió la puerta de la habitación y... ¿quién era?... Era ella, que le traía el desayuno. El silencio entre ambos había sido sólo una bola de jabón. El señor, todavía en pijama, despeinado y con la barba sin afeitar, tomó un bolígrafo y escribió otra nota. La entregó a su esposa. Decía: “Te amo”... y, ¡pum!, la bola de jabón estalló.

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