2 de diciembre de 2013

¿Los pecados de la Iglesia?

Autor: Santiago Kiehnle

Al escuchar hablar de los «pecados de la Iglesia» nos sentimos golpeados con fuerza. Cada vez que rezamos el Credo decimos «creo en la Iglesia que es una, SANTA, católica y apostólica».... Sin embargo vemos que en los miembros de la Iglesia hay errores, hay debilidades y hay pecados. La Iglesia es santa porque Cristo, su fundador, es Santo. ¿Cómo podemos hablar de pecados de la Iglesia?

La Iglesia está formada por hombres pecadores que ensuciamos su nombre y su imagen. La Iglesia es el «nosotros» de todos los cristianos. Los pecados no son suyos, sino nuestros. Es muy fácil ver la paja en el ojo del que está al lado, pero qué difícil es ver la viga en el nuestro. Es muy fácil ver los errores de la Iglesia y llegar a declararla pecadora, pero qué difícil es admitir mis propios errores y reconocerme pecador.

Cristo se entregó para purificarla y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada (cf. Ef 5,25-27). El Padre Raniero Cantalamessa, al comentar este texto de la carta a los Efesios, dice:

«Tal vez digas: “¿Pero cómo? ¿Y las incoherencias de la Iglesia? ¿Y los escándalos, incluso por parte de algunos papas?” Pero esto lo dices porque razonas humanamente, como hombre carnal, y no sabes aceptar que Dios manifiesta su fuerza y su amor a través de la debilidad. ¡Los pecados de la Iglesia! ¿Crees que Jesús no los conoce mejor que tú? ¿Acaso no sabía Él por quién moría?, ¿y dónde estaban en aquel momento sus apóstoles? Pero Él amó a esta Iglesia real y concreta, no a una imaginaria e ideal. Murió “para hacerla santa e inmaculada”, no porque fuese ya santa e inmaculada. Cristo amó a la Iglesia “en esperanza”: no sólo por lo que “es”, sino también por lo que “será”: la Jerusalén celestial “arreglada como una novia que se adorna para su esposo” (Ap 21,2).[…]

La Iglesia camina lenta en la evangelización, […]. ¿Pero sabéis por qué camina tan lenta? Porque nos lleva a hombros a nosotros, que aún estamos llenos de todo el lastre del pecado. Los hijos acusan a la madre de estar cargada de arrugas, cuando esas arrugas, como ocurre en el orden natural, son precisamente ellos quienes se las han producido. Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para que fuese una Iglesia “sin mancha”, y la Iglesia no tendría manchas si no nos tuviese a nosotros... La Iglesia tendría una arruga de menos, si yo hubiese cometido un pecado menos. A uno de los Reformadores que le echaba en cara el que siguiese en la Iglesia católica a pesar de su “corrupción”, Erasmo de Rotterdam le contestó un día: “Soporto a esta Iglesia, con la esperanza de que se haga mejor, dado que ella se ve obligada a soportarme a mí, con la esperanza de que yo me haga mejor”».

Si queremos una Iglesia mejor debemos comenzar por ser mejores nosotros. Si queremos una Iglesia santa debemos comenzar por ser santos nosotros.

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