9 de diciembre de 2013

Una mirada hacia atrás y un compromiso para el presente

Autor: Mario Rodríguez

Hace algunos días hemos celebrado la conclusión del Año de la fe. Un año que fue más que una fecha conmemorativa, más que una formalidad: fue una experiencia real y vivida de la Iglesia. El Papa Benedicto XVI, al convocar este año, afirmaba: “La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó” (“Porta fidei” n. 4).

Precisamente volver la mirada hacia atrás nos ayuda a ver a tantos hermanos nuestros que han vivido alegre y generosamente su fe. El año de la fe nos ha dado la oportunidad como Iglesia de poder reflexionar profundamente sobre lo que significa ser cristianos, en definitiva vivir por la fe. Este tiempo de gracia ha sido una oportunidad universal, para los pastores, con el Sínodo sobre la Nueva Evangelización; para todos los fieles con la encíclica “Lumen fidei”; para los jóvenes, con la Jornada de Rio de Janeiro; para las familias, los religiosos, los seminaristas, los enfermos… en los distintos encuentros con el Santo Padre.

Un año de gracia del Señor para cada miembro de la Iglesia. Sin embargo, este año no se queda en la memoria histórica, se convierte en compromiso. Desde el momento en que nos dejamos penetrar por la fe en Dios, no podemos dejar de anunciarlo.

En la encíclica “Lumen fidei”, el Santo Padre Francisco lo dejó muy claro: “Para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral. Pero lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros” (n. 40).

Hemos encontrado a Dios en este año; más bien, lo hemos reencontrado. Ahora nos toca transmitirlo a quienes más lo necesitan: los que no lo conocen. Y esto es tarea nuestra: “¿Cómo creerán si nadie les predica?” (Rm 10,14).

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