Autor: Navegando entre ideas
Pablo VI pronunció una importante homilía como apertura
de la II Asamblea general de los obispos de América Latina (Bogotá, 24 de
agosto de 1968). En la misma advirtió de algunos peligros que conviene tener
presentes para no incurrir en errores contra la fe católica.
“Y después, haciendo puente entre nosotros y nuestro
rebaño, las virtudes teologales asumen para nuestra alma y la del prójimo toda
su soberana importancia. Nos hicimos una llamada a la Iglesia para celebrar un
« año de la fe », como memoria y homenaje a la fecha centenaria del martirio de
los santos Apóstoles Pedro y Pablo, y también a vosotros ha llegado el eco de Nuestra
solemne profesión de fe.
La fe es la base, la raíz, la fuente, la primera razón de
ser de la Iglesia, bien lo sabemos. Y sabemos cómo la fe es insidiada por las
corrientes más subversivas del pensamiento moderno. La desconfianza, que,
incluso en los ambientes católicos se ha difundido acerca de la validez de los
principios fundamentales de la razón, o sea, de nuestra «philosophia
perennis», nos ha desarmado frente a los asaltos, no raramente radicales y
capciosos, de pensadores de moda; el «vacuum» producido en nuestras escuelas
filosóficas por el abandono de la confianza en los grandes maestros del
pensamiento cristiano, es invadido frecuentemente por una superficial y casi
servil aceptación de filosofías de moda, muchas veces tan simplistas como
confusas: y éstas han sacudido nuestro arte normal, humano y sabio de pensar la
verdad; estamos tentados de historicismo, de relativismo, de subjetivismo, de
neo-positivismo, que en el campo de la fe crean un espíritu de crítica
subversiva y una falsa persuasión de que para atraer y evangelizar a los
hombres de nuestro tiempo, tenemos que renunciar al patrimonio doctrinal,
acumulado durante siglos por el magisterio de la Iglesia, y de que podemos
modelar, no en virtud de una mejor claridad de expresión sino de un cambio del
contenido dogmático, un cristianismo nuevo, a medida del hombre y no a medida
de la auténtica palabra de Dios.
Desafortunadamente también entre nosotros, algunos
teólogos no siempre van por el recto camino. Tenemos gran estima y gran
necesidad de la función de teólogos buenos y animosos; ellos pueden ser
providenciales estudiosos y valientes expositores de la fe, si se conservan
discípulos inteligentes del magisterio eclesiástico, constituido por Cristo en
custodio e intérprete, por obra del Espíritu Santo, de su mensaje de verdad
eterna. Pero hoy algunos recurren a expresiones doctrinales ambiguas, se
arrogan la libertad de enunciar opiniones propias, atribuyéndoles aquella
autoridad que ellos mismos, más o menos abiertamente, discuten a quien por
derecho divino posee carisma tan formidable y tan vigilantemente custodiado,
incluso consienten que cada uno en la Iglesia piense y crea lo que quiere,
recayendo de este modo en el libre examen que ha roto la unidad de la Iglesia
misma y confundiendo la legítima libertad de conciencia moral con una mal entendida
libertad de pensamiento que frecuentemente se equivoca por insuficiente
conocimiento de las genuinas verdades religiosas”.
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