Autor: Fernando Pascual
Imaginemos por un momento los
millones de cambios genéticos que se producen entre los seres vivos a lo largo
de siglos y de milenios. Gracias a esos cambios, según un modo de entender el
evolucionismo, sería posible explicar la evolución de las especies.
Entre esos cambios genéticos,
algunos son vistos como “positivos” y otros como “negativos”. Serían positivos
aquellos cambios que favorecen al individuo, al dotarlo de algunas
características que lo hacen más apto para la vida. Serían
negativos aquellos cambios que perjudican al individuo, por hacer que tenga
algún defecto que pone en peligro su supervivencia.
Si, además, los cambios
genéticos se pueden transmitir de padres a hijos, parecería obvio que los
cambios positivos durarían más en el tiempo, mientras que los cambios negativos
terminarían pronto: con la muerte del individuo en cuestión o de sus herederos,
si éstos hubiesen recibido la característica negativa de sus padres.