Autor: Álvaro Correa
Hay libros que merece la
pena el esfuerzo de leer. Uno de ellos es “Las confesiones” de san Agustín.
Hojeando sus páginas leemos lo siguiente, en referencia al tiempo de su lejanía
de Dios:
“Yo llegué a encontrarme
sin deseo alguno de los alimentos incorruptibles; pero no porque estuviera
lleno de ellos, sino porque mientras más vacío me encontraba, más los
rechazaba” (Confesiones, 3,1,1).
Uno se pregunta si es
verdad que podamos no sentir “hambre” de Dios, de su amor, de la vida eterna,
de la gracia santificante, de los sacramentos, de la oración…
Y nos respondemos, usando
las mismas palabras de san Agustín, que sí… Que de hecho lo hemos vivido o
conocemos a personas que tanto más rechazan acercarse a Dios y sus dones cuanto
más tienen necesidad de Él.
Personas que fundan su
existencia en los bienes materiales, en una red de meras relaciones con los
demás y en un sentimiento de realización personal, sin darse cuenta de que la
vida, el matrimonio, la profesión… no pueden sostenerse sólo en realidades puramente
humanas, que hoy son y mañana desaparecen.
Pidamos por estas personas
y por nosotros mismos para que el Señor nos conceda la necesaria “conversión”,
de tal manera que nos nutramos de su Amor y gracia, especialmente por medio de
la oración y los sacramentos.
El joven Agustín emprendió
el vuelo de la santidad cuando llenó su vacío existencial con el amor de Dios…
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