Autor: Fernando Pascual
En el mundo de las promesas hay quienes prometen una seguridad total y completa para la gente. Dicen: no habrá atentados, no habrá derrumbes, no habrá inundaciones, no habrá robos...
Prometer es fácil, como también es fácil mentir. Porque quien promete una seguridad total, o no sabe lo que dice, o no ha medido bien sus palabras, o simplemente miente.
El mundo está lleno de variables imprevisibles. A nivel físico: nunca sabemos qué fuerza llegará a tener el próximo terremoto. A nivel humano: basta muy poco para que alguien actúe desde una locura inesperada o bajo un fanatismo asesino.
Por eso, cada día transcurre entre momentos estables y seguros, y entre situaciones que tiñen de inseguridad cualquier existencia humana.
No existe, por lo tanto, ninguna seguridad total. La vida se caracteriza por un continuo sucederse de hechos más o menos previsibles, y otros hechos que nos sorprenden con su llegada inesperada y, por desgracia, muchas veces dañina.
Aceptar esto no significa cruzarse de brazos y no hacer nada para impedir los estragos que puedan producirse por “imprevistos previsibles”, por hechos que no sabemos si ocurrirán pero ante los cuales resulta posible tomar medidas adecuadas.
Pero por más estrategias, barreras y policías que rodeen nuestros hogares y nuestras calles, queda siempre abierta una variable de inseguridad ineliminable.
Por eso, no es correcto, ni realista, prometer una seguridad total. Basta con poner los mejores medios para evitar daños. Luego, lo que vaya a ocurrir escapa al control de los más perspicaces, porque la historia humana siempre tiene un nivel de imprevistos que sorprenden.
Por eso también hay que saber estar preparados, de la mejor manera posible, para el encuentro, muchas veces producido en momentos inesperados, con Dios tras la muerte. Un encuentro inevitable, hasta el punto de que es lo único seguro que nos ocurrirá a todos los seres humanos. Un encuentro hermoso, si hemos sabido vivir por amor y para amar...
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