Autor: Giovanni Papini
Nota del blog: en estos momentos difíciles para millones de seres humanos, conserva una fuerza especial esta oración de un convertido del siglo XX, Giovanni Papini:
“Estás aún, todos los días, entre nosotros. Y estarás con nosotros perpetuamente.
Vives entre nosotros, a nuestro lado, sobre la tierra que es tuya y nuestra, sobre esta tierra que, niño, te acogió entre los niños y, acusado, te crucificó entre ladrones; vives con los vivos, sobre la tierra de los vivientes, de la que te agradaste y a la que amas; vives con vida sobrehumana en la tierra de los hombres, invisible aún para los que te buscan, quizás debajo de las apariencias de un pobre que mendiga su pan y a quien nadie mira.
Pero ha llegado el tiempo en que es forzoso que te muestres
de nuevo a todos nosotros y des una nueva señal perentoria e irrecusable a esta
generación. Tú ves, Jesús, nuestra pobreza; tú ves cuán grande es nuestra
pobreza; no puedes dejar de reconocer cuán improrrogable es nuestra angustia,
nuestra indigencia, nuestra desesperanza; sabes cuánto necesitamos de una
extraordinaria intervención tuya, cuán necesario nos es tu retorno.
Aunque sea un retorno breve, una llegada inesperada, seguida
al punto de una desaparición súbita; una sola aparición, un llegar y un volver
a partir, una palabra sola señal, un aviso único, un relámpago en el cielo, una
luz en la noche, un abrirse del cielo, un resplandor en la noche, una sola hora
de tu eternidad, una palabra sola por todo tu silencio.
Tenemos necesidad de ti, de ti solo y de nadie más.
Solamente, Tú, que nos amas, puede sentir hacia todos nosotros, los que
padecemos, la compasión que cada uno de nosotros siente de sí mismo. Tú solo
puedes medir cuán grande, inconmensurablemente grande, es la necesidad que hay
de ti en este mundo, en esta hora del mundo.
Ningún otro, ninguno de tantos como viven, ninguno de los que
duermen en el fango de la gloria, puede darnos, a los necesitados, a los que
estamos sumidos en atroz penuria, en la miseria más tremenda de todas, en la
del alma, el bien que salva. Todos tienen necesidad de ti, incluso los que no
lo saben, y los que no lo saben, harto más que aquellos que lo saben. El
hambriento se imagina que busca pan, y es que tiene hambre de ti; el sediento
cree desear agua y tiene sed de ti; el enfermo se figura ansiar la salud y su
mal está en no poseerte a ti. El que busca la belleza en el mundo, sin
percatarse te busca a ti, que eres la belleza entera y perfecta; el que
persigue con el pensamiento la verdad sin querer te desea a ti, que eres la
única verdad digna de ser sabida; y quien tras de la paz se afana, a ti te
busca, única paz en que pueden descansar los corazones, aún los más inquietos.
Esos te llaman sin saber que te llaman, y su grito es inefablemente más
doloroso que el nuestro.
(…) ¡Hay tanta humildad, tú lo sabes, en nuestra desbordada
presunción! Te queremos a ti únicamente, tu persona, tu pobre túnica de obrero
pobre; queremos ver esos ojos que pasan la pared del pecho y la carne del
corazón, y curan cuando hieren con ira, y hacen sangre cuando miran con
ternura. Y queremos oír tu voz, tan suave, que espanta a los demonios, y tan
fuerte, que encanta a los niños.
Tú sabes cuán grande es, precisamente, en estos tiempos, la
necesidad de tu mirada y de tu palabra. Tú sabes bien, que una mirada tuya
puede conmover y cambiar nuestras almas; que tu voz puede sacarnos del
estiércol de nuestra infinita miseria; tú sabes mejor que nosotros, mucho más
profundamente que nosotros, que tu presencia es urgente e inaplazable en esta
edad que no te conoce.
Viniste, la primera vez, para salvar: para salvar naciste;
para salvar hablaste; para salvar quisiste ser crucificado: tu arte, tu obra,
tu misión, tu vida es de salvación. Y nosotros tenemos hoy, en estos días
grises y calamitosos, en estos años que son una condena, un acrecimiento
insoportable de horror y de dolor; tenemos necesidad, sin tardanza, de ser
salvados. (…)" (Tomado de
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