31 de mayo de 2021

¿A quién tenemos miedo?


Autor: Fernando Pascual

Tenemos miedo a la gripe y a las tormentas imprevistas. Tenemos miedo al paro y a las críticas. Tenemos miedo a los ladrones y a los terroristas. Tenemos miedo a la guerra y a la muerte.

El miedo nace por muchos motivos y provoca reacciones diferentes. Hay quien intenta superarlo con valor y sentido común. Hay quien queda aprisionado bajo sus garras, hasta el punto de sentirse paralizado en su corazón.

En un mundo complejo, lleno de alarmas, de sorpresas, de atentados, de crisis, de despidos, el miedo aumenta y empeora las situaciones. Porque peligros siempre han existido y existirán. Lo que daña más de lo que imaginamos es darles un valor excesivo.

Quienes creemos en Cristo tenemos un consejo siempre válido a la hora de afrontar los miedos: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna” (Mt 10,28).

Esas palabras nos indican, por un lado, que no debemos temer a quienes nos dañen en lo material, en la salud, en el cuerpo, en la vida. Al fin y al cabo, todos moriremos, y una muerte prematura que permita entrar al cielo, sin quitar su dramatismo, puede ser mejor que una muerte tranquila en la ancianidad si el corazón está ahogado por pecados de todo tipo y sin ningún arrepentimiento.

Por otro lado, esas palabras nos abren a la esperanza. Porque Cristo continuó su discurso con esta idea: “¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos” (Mt 10,29‑31).

Sí: valemos más que un pajarillo, y nuestros cabellos frágiles no caen sin el permiso de Dios, que es un Padre bueno. Por eso estamos tranquilos si vivimos en gracia, si nos dejamos amar por Dios, si aprendemos a usar misericordia con nuestros hermanos.

Ante terroristas que siembran el pánico, ante enfermedades infecciosas que se difunden rápidamente, ante crisis bancarias que hunden a miles de empresas, ante rumores de terremotos y de guerras, vale la pena recordar a quién temer y a quién no temer.

Conservan hoy toda su frescura aquellas palabras de santa Bernadette de Soubirous. Ante el avance de los soldados que invadieron Francia en la guerra de 1870, cuando le preguntaron a la santa si tenía miedo, respondió con una clarividencia asombrosa: “Yo temo únicamente a los malos católicos”.

¿A quién tenemos miedo? Al demonio, como enemigo de Dios. Al pecado, como amenaza que busca apartarnos de la verdad y la justicia. A la carne, que nos ata a mil caprichos. A los malos católicos, que viven en tibieza o bajo una hipocresía que hiela el alma.

Desde esos buenos temores, dejaremos de lado seguridades falsas, prestaremos atención a los peligros más dañinos, y buscaremos refugio en los brazos de un Dios que es Padre bueno y protege tiernamente a cada uno de sus hijos.

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