Autor: Fernando Pascual
Frecuentemente los seres humanos analizamos el pasado. Lo hacemos desde perspectivas diferentes, con mayor o menor competencia, según prejuicios deformantes o desde angulaciones aparentemente serias.
Al analizar el pasado, resulta fácil incurrir en una de entre dos posibles miradas opuestas. La primera reconoce sobre todo elementos positivos en las épocas anteriores. La segunda señala y denuncia especialmente elementos negativos, errores y comportamientos dañinos.
Entre la primera mirada y la segunda se dan análisis más cercanos a la una o a la otra. No faltan quienes reconocen que casi siempre están mezclados, como en todo lo humano, aspectos positivos y aspectos negativos.
Mirar correctamente al pasado resulta difícil. En parte, porque faltan datos. En parte, porque existen muchas interpretaciones distorsionadas. En parte, porque uno mismo puede estar marcado por prejuicios de diverso tipo.
Parece casi imposible superar esas dificultades. En cambio, siempre podemos reconocer esas dificultades y fomentar una actitud abierta hacia aspectos buenos o malos que aparezcan ante nuestros ojos de investigadores.
En un mundo en el que abundan las simplificaciones reductivas, aprender a leer el pasado de modo sereno y equilibrado es todo un reto. Un reto que, bien asumido, evitará los riesgos de miradas distorsionadas, y permitirá estudios mejor orientados.
Dos miradas reductivas hacia el pasado se oponen radicalmente. Lo que hagamos por separarnos de ambas y por alcanzar un punto de vista objetivo y desapasionado permitirá una lectura más completa de los hechos que nos han precedido, y ayudará a comprender mejor la herencia que nos ha legado el pasado, con sus sombras y con sus luces.
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