Autor: Fernando Pascual
Sobre cualquier
hecho se pueden dar cientos de interpretaciones.
Lo vemos en
todos los ámbitos de la vida humana: respecto del pasado o del presente, del fútbol
o de la vida laboral, de la política o de la religión.
Pero el
pluralismo de interpretaciones y de noticias queda “filtrado” de modo profundo.
Hay filtros aplicados especialmente por los propietarios de los medios
informativos y de las grandes editoriales, que dan a sus equipos de trabajo
directivas precisas sobre lo que pueda pasar a la sociedad y sobre lo que difícilmente
será conocido por la gente.
Desde esos
filtros, un buen historiador puede quedar silenciado por sus juicios sobre la
segunda guerra mundial o sobre la guerra civil española, mientras que otro
historiador, poco serio y muy parcial en sus juicios, puede tener pleno acceso
a las editoriales, a la radio y televisión, a los principales periódicos
nacionales.
Desde esos
filtros, un buen político no podrá dar a conocer nunca análisis acertados sobre
la situación en la que vive su nación, porque sus reflexiones quedarán
excluidas de los círculos de poder que controlan el flujo informativo.
Por culpa de
esos filtros, la Iglesia católica no será capaz de hacer oír su doctrina y sus
posiciones sobre temas que interesan a millones de seres humanos. Porque su
palabra quedará encerrada, la mayoría de las veces, en algunas páginas de
internet o en boletines de escasa difusión, sin acceder a los grandes medios de
comunicación de masa. Porque en otras ocasiones, cuando consiga entrar en el
mundo de la gran información, tendrá que pagar un alto precio: aceptar que los
filtros puedan recortar o manipular la doctrina católica.
Todos queremos
saber la verdad. Muchos no podrán acceder a ella si la información está
controlada y dirigida según intereses muy particulares, según ideologías ajenas
a la justicia, a la verdad, al bien.
En cambio, será
posible conocer de modo más preciso lo que pasa en nuestro mundo inquieto si se
promueve el valor de la honestidad entre quienes llevan adelante la hermosa y
comprometida tarea de difundir noticias, de ofrecer reflexiones, de iluminar
conciencias. Una honestidad que debe abarcar a todos: a los propietarios, a los
directores, a los encargados de sección, a los reporteros y redactores. Una
honestidad que a veces implicará grandes sacrificios: no es nada fácil
enfrentarse con algunos poderosos para decir “no” a un artículo manipulado y
para decir “sí” a la verdad y a la justicia.
Hace falta un
bautizo de ética en el mundo informativo. Para que los filtros estén en buenas
manos, para que permitan más visibilidad al bien y menos al engaño y a la
violencia, para que promuevan los valores de la vida y la familia, para que
mantengan los corazones abiertos a horizontes de transcendencia y a la invitación
a amar sin límites a quienes participan de la misma dignidad humana.
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