Autor: Fernando Pascual
Una película puede tener un guion bueno o malo, tomas mejores o peores, actores que brillan o que permanecen casi opacos.
El crítico, como muchos espectadores, en seguida formula sus juicios: esa escena sobra; aquel aspecto del guion hace todo pesado; resulta genial un toque de humor en la parte más emocionante.
El director y el guionista pudieron haber quitado o añadido, retocado, cambiado, tantas cosas... Por eso, los críticos tienen muy fácil la tarea de dirigir no pocos reproches a un producto final que podría haber sido mucho mejor si...
Una biografía también puede parecer mejor o peor, con días magníficos y otros realmente dramáticos, con señales de miseria moral o de grandeza de alma.
La biografía no es, ciertamente, como el guion de una película: quien toma el coche para ir al trabajo no puede “repetir” la escena para “borrar” un accidente en aquel cruce inesperado, ni cambiar el texto de lo que dijo a un familiar y que provocó tantas tensiones.
También las biografías, como las películas, reciben críticas. No por parte de los especialistas que se sientan en una butaca para analizar y desmenuzar la calidad cinematográfica de un producto, sino por personas concretas que sienten pena al observar acciones innobles o alegría al encontrarse con gestos generosos.
Las películas, hipotéticamente, podrían rehacerse, tener una versión “2.0” (o un relanzamiento mejorado en colores, sonidos, escenas y actores). Las biografías, en esto, difieren profundamente: no hay manera de reescribir lo que uno hizo a los 15, 30 o 50 años...
Cada día, los miles de
millones de seres humanos escribimos nuestra biografía. Muchas acciones parecen
insignificantes: serán analizadas por pocos críticos. Pero no dejan de ser
valiosas: para uno mismo, para los familiares y amigos, para Dios.
Un guionista y un director se
reúnen hoy para preparar una nueva película. Discuten y planean los detalles,
los pros y los contras de cada giro dramático o divertido que puede acontecer frente
a las cámaras que graban cada escena.
Un hombre, una mujer, “escriben”
hoy sus biografías. Quizá sin muchos consejos, seguramente sin reflectores, tal
vez ante pocos testigos, en ocasiones con urgencias que dejan poco tiempo para
reflexionar con calma sobre cómo actuar de la mejor manera posible.
Las decisiones concretas de
cada uno escriben biografías que son mucho más valiosas que el guion de una
película: provocan en el mundo daños irreparables, o caminan hacia mejoras que
surgen del amor.
Esas mejoras, que desearíamos
fuesen preponderantes en cada vida humana, conducen suavemente hacia la única
meta realmente importante: el encuentro eterno y definitivo con un Dios que nos
ama como Padre...
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