Autor: Fernando Pascual
Mientras los científicos discuten entre sí sobre si se ha logrado ya un conocimiento completo del ADN o si todavía queda mucho camino por recorrer, todos los educadores luchan cada día con un problema más fundamental.
Cada hombre y cada mujer crecen y se desarrollan a partir de dos elementos fundamentales: la herencia y el ambiente. O, en palabras sencillas, a partir del barro y del alfarero. Por un lado está lo que reciben de sus padres biológicos; por otro, lo que encuentran en el mundo que les acoge, les rechaza, les ama o les desprecia.
El educador sabe que debe partir con lo que tiene delante: el niño que nace en la familia o que entra en la escuela tiene algo “fijo” que se llama “información genética”, y que espera encontrar el ambiente adecuado para un desarrollo optimal. El poder responder, desarrollarse, crecer, depende, por un lado, de lo que los propios límites físicos tienen “programado”; por otro, de lo que encuentre en el ambiente familiar y escolar de cariño, respeto, esperanza y cuidados físicos y mentales.