Autor: Fernando Pascual
Con frecuencia saltan a la opinión pública casos de
dramáticos de enfermos a los que se les priva de algunos tratamientos médicos
o, en ocasiones, a los que se busca aplicar la eutanasia
Un caso que hizo dramáticamente famoso es el de la
norteamericana Terri Schindler Schiavo. Nacida en 1963 y casada en 1985 con
Michael Schiavo, Terri perdió el conocimiento en 1990 y sufrió graves daños
cerebrales.
Su esposo luchó durante años provocar la muerte de Terri a través del retiro de las sondas que mantenían su alimentación e hidratación. A este deseo homicida del esposo se opusieron de modo decidido los padres de Terri, apoyados y sostenidos por un número enorme de defensores de los derechos civiles, entre los cuales, el primero de todos, se encuentra el derecho a la vida.
El enfrentamiento entre la familia Schindler y Michael
Schiavo se desarrolló en una compleja historia de juicios y de apelaciones, que
concluyó con la desconexión definitiva de los tubos de alimentación e
hidratación que sostuvieron la vida a Terri, hasta provocar su muerte el 31 de
marzo de 2005.
Este caso dramático, y otros parecidos, avivan periódicamente
las discusiones sobre la asistencia médica y sobre la eutanasia, y conviene
ofrecer una reflexión sobre este tema.
La medicina ha sufrido enormes cambios en los últimos 70
años. Con las técnicas de reanimación, con los progresos en el tratamiento de
deficiencias respiratorias, cardíacas, renales o hepáticas, es posible mantener
en vida a miles de enfermos que, sin la ayuda médica, estarían condenados a una
muerte más o menos rápida. A la vez, ha habido mejoras en el tratamiento del
dolor físico, si bien queda todavía mucho por hacer.
Este nuevo contexto médico permite, por ejemplo, que un
enfermo en los distintos niveles de coma o en estado vegetativo persistente,
pueda ser mantenido en vida durante varios años. La acción médica actúa cada
vez más como apoyo externo de funciones vitales (pulmón artificial, diálisis),
o como ayuda en la alimentación (alimentación parenteral) e hidratación.
Estas medidas técnicas necesitan, para ser plenamente
humanas, estar acompañadas por las atenciones elementales que todo enfermo
merece a nivel físico (limpieza externa, movimientos para evitar llagas o
heridas, masajes) y a nivel espiritual (acompañamiento, caricias, formas de
contacto cuyos efectos no son siempre bien conocidos pero que pueden ser de
mucha importancia en algunos enfermos, aunque parezca que no perciben lo que
pasa a su alrededor).
A la hora de iniciar, mantener, omitir o suspender una acción
sanitaria, hay que tener en cuenta la distinción entre tratamientos básicos,
obligatorios para todo enfermo, y tratamientos específicos para curar o para
suplir alguna función del organismo humano.
Los tratamientos básicos buscan mitigar el dolor y los daños
físicos consecuencia de una enfermedad; a la vez, ofrecen nuevas posibilidades
para alimentar e hidratar, siempre que las acciones llevadas a cabo con este
fin no provoquen más daños que beneficios.
Por su parte, los tratamientos específicos buscan curar o
paliar la enfermedad, ayudar o incluso suplir la funcionalidad de un órgano
gravemente dañado. Tratamientos específicos serían, por ejemplo, el recurso a
antibióticos contra algunos agentes patógenos ocasionales, o una operación para
extirpar una zona afectada por el cáncer.
En general, los tratamientos básicos son siempre
obligatorios. En cambio, los tratamientos específicos son obligatorios en la
medida en que produzcan un bien al enfermo. Dejan de ser obligatorios, por lo
tanto, cuando el recurso a los mismos no ofrezca ningún beneficio consistente
al enfermo, o cuando alargue su agonía, o si provoca dolores desproporcionados.
Recurrir a ellos sin tener en cuenta esto significa caer en el ensañamiento
terapéutico.
En los casos de enfermos que se encuentran en coma o en
estado vegetativo persistente, sigue en pie la obligación de mantener todos
aquellos tratamientos básicos que merece el enfermo. Omitir este tipo de
tratamientos con la intención de adelantar la muerte, muerte que se producirá
por desnutrición o por deshidratación, es un acto claramente injusto y
criminal, una eutanasia involuntaria, que merecería ser penalizado por la
legislación de cualquier país que pretenda ser verdaderamente progresista.
La mejor alternativa a la eutanasia se encuentra en la
medicina paliativa, en la cercanía al enfermo y en el apoyo de toda la
sociedad, aunque esto implique muchos gastos. Hay que reconocer que la fuerte
campaña en favor de la eutanasia en algunos países proviene de intereses que no
aparecen en la prensa: acelerar la muerte de algunos enfermos podría ahorrar
mucho dinero a los gobiernos o a personas “cansadas” ante la enfermedad de un
familiar.
Evitar la injusticia de la eutanasia será posible si
reconocemos la dignidad de todo hombre y mujer, de cualquier ser humano,
también cuando se encuentre en situaciones dramáticas, también cuando ya no sea
posible restablecer su salud. Todo enfermo (como todo sano) necesita respeto,
asistencia, compañía. Dárselos será señal de un mundo más humano y más justo.
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