Autor: Fernando Pascual
El accidente impresionó a millones de personas. Las imágenes del choque se repetían una y otra vez en noticieros, redes sociales, páginas de Internet.
Los
comentarios iban y venían con velocidad. Muchos expresaban compasión. Otros,
rabia. Algunos criticaban al gobierno, o a los técnicos, o a quienes tenían en
sus manos la suerte de aquellas víctimas.
No
faltaron comentarios que hablaban de terrorismo, cuando no había pruebas para
ello, o de conspiraciones, como si una mano negra hubiera guiado a los
responsables del accidente.
Incluso
aparecieron comentarios que bromeaban sobre quienes estaban al mando de la
torre de control, o sobre los pilotos, o sobre los servicios de socorro.
Mientras
los comentarios iban y venían, cientos de familias lloraban a sus muertos. Un
hijo, un hermano, una esposa, un amigo, habían muerto en esos segundos de un
choque trágico y perfectamente evitable.
Cuando
comentamos cualquier hecho en el que hay víctimas, necesitamos recordar la
dignidad de los fallecidos y el dolor de sus familiares y amigos.
Ningún
comentario puede jugar sobre la sangre ajena, ni hacer política barata sobre
los fallecidos, ni bromear sobre los que tienen en sus corazones el peso de una
responsabilidad terrible.
El
accidente queda en la memoria de millones de personas. Podemos acompañar a los
que murieron con nuestra oración, para que encuentren un abrazo y consuelo en
la misericordia de Dios.
También
podemos acompañar a los que lloran por sus seres queridos, arrebatados de modo
incomprensible por lo que ocurrió en unos segundos de descuido o de locura.
Incluso
podemos estar cerca de quienes tuvieron cualquier tipo de responsabilidad: debe
ser muy duro reconocer que con un poco de cuidado y una intervención oportuno
habrían podido evitar esa catástrofe.
Llega
el momento de la oración, de la cercanía, de gestos compasivos de amistad. Unos
hermanos nuestros han terminado su existencia terrena y están ahora ante un
Dios que los ama.
Los
demás seguimos en camino, con la esperanza de reencontrarnos un día en el
cielo, donde toda lágrima y todo sufrimiento serán superados por el abrazo
eterno del Padre de los cielos.
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