10 de octubre de 2012

El hombre, ¿ángel o bestia?

Autor: Bosco Aguirre

Si cada ser humano fuese un animal, una “bestia”, sería más fácil controlarlo. Sus actos seguirían instintos más o menos perfectos. Quizá debería aprender algunos comportamientos primitivos, básicos. Luego, todo obedecería a la ley del estímulo-respuesta, todo estaría más o menos determinado a una serie de actos muy sencillos.

No haría falta juzgados. Bastaría con cárceles para los hombres-animales peligrosos. No sería un escándalo el que un hombre fuese violento con una mujer, o viceversa: lo haría simplemente como esclavo de sus instintos, como la avispa se lanza sobre un pedazo de carne.

No lloraría ante la muerte, un fenómeno natural y, por lo mismo, inevitable; un fenómeno que al inicio deja también un hueco en la vida de otros animales, y luego... Luego, nada. La vida sigue igual: nuevos estímulos llenan la atención de quien ayer estaba de luto. Hasta que un día a cada uno le llegue el momento de decir adiós a una vida que inició casualmente y que termina por la necesidad de leyes biológicas inflexibles.

Si el ser humano fuese sólo animal, desaparecerían las discusiones sobre el bien, sobre la ética, sobre la mejor forma de gobierno. Todas las opciones serían tomadas o dejadas por la simple ley del más fuerte (también la multitud de débiles tiene su fuerza). Sólo tendría “razón” el que contase con más garrotes o más pistolas, con más dinero o con más recursos para el engaño.

Si fuese sólo animal, no se arrepentiría de haber fracasado con su pareja, o de la muerte de un hijo al que han faltado más cuidados. Ni protestaría si nadie quiere ayudarle, ni pediría un subsidio de desempleo, porque seguramente no sería capaz de aceptar nunca un contrato, o de asumir eso que llaman “compromisos” (como el del matrimonio).

Pero resulta que no es sólo animal. Hay algo en cada uno que va más allá del simple instinto. Hay un fuego en cada corazón que nos permite sacrificar el placer inmediato por un amor más elevado. Hay energías que llevan a hombres y mujeres a dejar lo mejor de sí mismos en la lucha sincera por ayudar a quienes viven a su lado.

Hay algo más, sin que eso quite el peso de la biología y la fuerza del instinto. Hay algo más, pero no somos un espíritu puro, un ángel simpático vestido de carne...

Y es que si el ser humano fuese un ángel, no necesitaría ningún esfuerzo para controlar un instinto sexual, o un apetito atroz ante un helado prohibido por los médicos. Si fuese un ángel, no sudaría en el trabajo, ni se equivocaría en las cuentas de matemáticas, ni olvidaría las fechas de la historia.

Si fuese un ángel, decidiría siempre con todas las cartas en la mano. No cambiaría sus opciones. No tendría que almacenar para el mañana, ni miraría al cielo con una profunda duda sobre si hay o no eso que llaman “otra vida”.

Si fuese un ángel, no necesitaría la ayuda de la escuela, ni depender de unos padres, ni ir al médico. No habría nacimientos ni defectos físicos, ni enfermedades ni dolores en el cuerpo.

No somos, a pesar de nuestros sueños más sublimes, puros ángeles. Somos, simplemente, eso: hombres y mujeres. Hombres y mujeres que sienten el frío y el calor, que sueñan con ser buenos, que traicionan al mejor amigo, que cantan el amanecer, que lloran cuando las nubes parecen ocultar toda esperanza.

Hombres y mujeres que saben que no todo es sexo, pero que a veces actúan como si fueran esclavos del instinto. Que desean tener hijos, pero luego no saben cómo educarlos. Que se alegran con el aire fresco, pero que sienten llegar, poco a poco, la vejez sobre los poros de sus cuerpos.

Como decía Pascal, cada ser humano no es ni ángel ni bestia: es, simplemente, hombre. Con una chispa angélica entre los nervios, hormonas y deseos de animal desencuadernado, pero lleno de esperanza, de amor y de proyectos...

No hay comentarios: