Platón tuvo una idea singular: describir lo que podría haber sido un debate entre su maestro Sócrates y el gran sofista Protágoras en un diálogo que lleva por título Teeteto. También había imaginado otro debate entre ambos en un diálogo que se titula Protágoras, pero ahora vamos a fijarnos sólo en el primer texto.
Una buena parte del Teeteto busca declarar como errónea la frase y la teoría de Protágoras, según la cual el hombre sería la medida de todas las cosas.
El debate imaginario tiene un punto débil de partida: lo escribe Platón contra Protágoras, sin dejar espacio para una réplica de Protágoras, que había fallecido muchos años antes de que fuera escrito el Teeteto. Si dejamos esto de lado, ¿valen los argumentos? ¿Llegan a convencer y a dejar fuera de combate la teoría del “hombre medida” y el relativismo?
Según el texto de este diálogo, Protágoras habría defendido que el hombre es la medida de todas las cosas: de lo que es en cuanto que es, y de lo que no es en cuanto que no es. En palabras más sencillas, cada hombre, Platón, Protágoras, Teeteto, Sócrates, tú, yo, determinaríamos lo que son y lo que no son las cosas.
Esto parecería admisible, hasta cierto punto, para temas como el calor o el frío que uno siente. Que este aire concreto me parezca fresco es algo que depende de mí y sólo de mí. Soy medida de lo que siento en la piel, y mi juicio vale tanto como el juicio de quien dice que el aire es caliente para él.
Según Platón, por tanto, sería correcto aplicar el principio del “hombre medida” en el ámbito de lo sensible. Pero, ¿se puede aplicar a los demás ámbitos del saber: a la ciencia matemática y a la astronomía; al arte bélica y a las leyes; a la medicina y a la culinaria?
Si Protágoras tuviera razón en la aplicación de su idea a todos los ámbitos del saber, cada ser humano sería “medida” respecto de un tema tan delicado como el de la salud. Tú y yo, con o sin estudios médicos, podríamos establecer lo que sirve para curar a esta o a aquella persona, con la misma competencia y sabiduría que un médico, pues todos y cada uno somos medida sobre todo. Lo mismo podría decirse de la geometría o de la ciencia náutica, de la música o de la jurisprudencia.
Expuesta así la teoría, también a nosotros nos suscita perplejidades. Es obvio que no todos tienen la misma sabiduría respecto de todo. Por lo mismo, sólo entran en la sala de operaciones los cirujanos y el personal especializado, a pesar de lo que pueda decir (o haber dicho) Protágoras.
Pero existen otros ámbitos en los que el relativismo de Protágoras cuenta con más defensores en el mundo moderno. Por ejemplo, en lo que se refiere al buen gobierno, vale cualquier partido y cualquier voto, pues se supone que en política todos serían medida suficiente para decidir (votar) sobre lo que sea mejor para la ciudad.
Veamos con más detalle cómo Platón desarrolla su crítica a esta teoría. Como dijimos, no interesa dilucidar si el relativismo fue defendido por Protágoras tal y como se “representa” en el Teeteto. Simplemente se trata de ver si realmente los argumentos puestos en labios de Sócrates permiten destruir un relativismo tan radical.
La primera crítica surge desde la opinión de toda la gente. Mientras Protágoras defiende que todos (el hombre, cada hombre) son medida sobre todo, la gente dice lo contrario: unos son más medida que otros según en qué temas.
Esto se hace especialmente evidente en los asuntos más difíciles o ante peligros graves. Sócrates menciona, en Teeteto 170ab, tres casos: la guerra, la enfermedad, la tormenta que azota la nave en el mar. En estas situaciones, la mayoría busca a quienes tengan saber (ciencia) para preguntarles qué hacer, cómo actuar, para salir del peligro. A los conocedores (militares, médicos, marineros) se les ve en esos casos como a salvadores, incluso como a dioses (dice el texto), simplemente porque saben algo que los demás no saben, y porque otros necesitan del saber de los expertos para superar el peligro.
Junto a esa mayoría de personas que reconocen su no saber (y, por lo tanto, su no ser medida, a pesar de lo dicho por Protágoras), existen otras personas que piensan que saben, que se sienten capacitadas para ayudar a los demás, precisamente en cuanto creen poseer una ciencia de la que otros carecen.
De este modo, afirma Sócrates, el mundo está lleno de seres humanos que se relacionan desde dos polos. Por un lado, quienes reconocen que no saben y buscan al sabio, al guía, al experto, al científico. Por otro, quienes suponen que sí saben. La diferencia entre unos y otros se construye desde un presupuesto sencillo: entre los hombres se da saber e ignorancia, ciencia y desconocimiento.
Este primer ataque contra la teoría del “hombre-medida” de Protágoras tiene un valor en cuanto se basa en la opinión común. Pero siempre puede objetarse: ¿basta el sentir de las mayorías para determinar lo que sea verdadero y lo que sea falso? ¿Queda derrotado Protágoras si reconocemos que muchos, quizá la inmensa mayoría, no piensan como él?
Por eso Platón da un paso ulterior e imagina a una persona que se coloque junto a Protágoras para discutir con él. Protágoras podría decir al interlocutor: “Todos somos medida de lo que sabemos y de lo que no sabemos, y tú también lo eres”.
El interlocutor podría responder: “Protágoras, tú quieres hacerme medida, pero yo sólo soy medida de lo que sé, no de lo que no sé. Por más que te empeñes, tú no puedes hacerme experto en todas las ciencias, porque en cada ámbito especialístico el que realmente sabe es el competente, el que ha estudiado a fondo un tema concreto”.
Protágoras, sin rendirse, podría rebatir: “Bueno, para ti no todos son medida de todo, pero para mí sí. Lo que tú dices, entonces vale para ti, como lo que yo digo vale para mí”.
¿Valdría esta respuesta? Para Sócrates no, porque se cae en una doble paradoja. Por un lado, Protágoras no sólo dice que para él el hombre es la medida de todas las cosas, sino que lo dice para todos. Es decir, está convencido de que todos son medida. Pero no puede cerrar los ojos al hecho de que muchos (la inmensa mayoría) saben y piensan que no son medida sobre todos los temas, sino que cada uno es medida (siente ser medida) sólo en aquello que es su ámbito de competencia concreta, pero no respecto de otros ámbitos de saber.
Por otro lado, si Protágoras realmente defiende que todos son medida sobre todo, entonces también sería medida quien le dijese a Protágoras con firmeza: “No es cierto que todos son medida. Tú te equivocas al afirmarlo. No sólo te equivocas, sino que, de un modo contradictorio y autodestructivo, tienes que admitir, si eres coherente con tu principio, que yo tengo razón al decir que tú no la tienes...”
Esta segunda crítica tiene una fuerza extraordinaria, pero algún estudioso ha pensado que no es suficiente. Protágoras podría responder: “Para mí, tú y yo tenemos razón. Tú la tienes para ti, y para ti estoy equivocado. Yo la tengo para mí, y para mí yo no estoy equivocado, y tú tampoco, pues lo que cada uno afirma vale para él mismo, y es siempre verdad”.
Si Protágoras dijese lo anterior, caería en una paradoja extraña. Al haber afirmado (y escrito, según parece) que el hombre era medida de todas las cosas, no se limitaba simplemente a expresar lo que a él le parecía, sino que buscaba convencer a sus oyentes de que ellos (y todos los hombres) son medida de la verdad.
En realidad, muchos oyentes no sólo pensaban de manera opuesta, sino que también veían lo paradójico que es proponer como verdad para todos algo que sólo sería verdad para Protágoras (y para sus discípulos), si es que no se llegaría al extremo de decir que ni siquiera el principio del “hombre medida” vale para quien lo había formulado.
Si vamos más a fondo, Platón supone algo que es clave para entender las relaciones entre los hombres. Hacer una afirmación, explicar algo a alguien, discutir sobre política o sobre zapatos, es posible sólo si uno no sólo cree que sabe algo (quizá se equivoca, pero supone, en muchos casos de buena fe, que tiene razón), sino que también puede enseñar (comunicar, transmitir) a otros eso que sabe, porque está convencido de que no todos son medida sobre todo.
Si Protágoras escribe un libro sobre la verdad, y si da clases, es porque está persuadido de que él sabe algo que otros no saben, y así supone, contra su misma teoría (que ni él mismo admitiría en lo más profundo de su corazón) que no todos son medida, que entre los hombres hay quienes saben más y quienes saben menos.
Leer el Teeteto de Platón en un mundo como el nuestro, donde no faltan banderas que defienden el “todo vale”, “cada quien tiene su verdad”, “no hay opiniones mejores que otras”, “el diálogo y la democracia se construyen sobre el relativismo”, “da igual seguir una u otra religión”, estimula y hace pensar.
Hemos de añadir que Platón realiza, en ese diálogo, otros muchos análisis y plantea cuestiones complejas que aquí no hemos tocado; por ejemplo, cuando intenta explicar cómo se originan los errores humanos; o cuando expone un pequeño ensayo de psicología para explicar por qué algunos aprenden con más velocidad y memorizan menos, y otros en cambio aprenden lentamente pero conservan mejor lo estudiado.
Más allá de los límites del pensamiento platónico y de la complejidad de este texto, el Teeteto conserva una frescura particular. Frente a quienes defienden, sin darse cuenta de su autocontradicción, el relativismo como camino para construir un mundo mejor, el Sócrates presentado por Platón busca “vencer” sobre Protágoras desde una convicción que vale hoy como valía hace más de 2300 años: sólo desde el acceso a la verdad podemos construir relaciones humanas auténticas y provechosas, y atisbar caminos para avanzar hacia el bien y la justicia.
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