Autor: Fernando Pascual
Bartolomé Blanco Márquez
tenía 21 años. Era un joven con deseos de trabajar. Ante sí veía el futuro
abierto.
Además, estaba
enamorado. Su novia, Maruja, era una de sus mayores alegrías.
A Bartolomé, como
a tantos miles de cristianos en España y en el mundo entero, le llegó la hora
de
Todos sabían que
Bartolomé era un católico convencido. Había estudiado con los salesianos, y era
secretario de los jóvenes de la acción católica en su pueblo natal, Pozoblanco
(Córdoba).
El 18 de agosto de
1936 fue arrestado. Tuvo varias semanas para prepararse al martirio. El 24 de
septiembre fue trasladado a la ciudad de Jaén donde fue sometido a un juicio
“legal” y rapidísimo. La sentencia llegó el 29 de septiembre: condena a muerte.
Le quedaban tres días antes de ser fusilado.
El 1 de octubre
escribió una carta de despedida a su novia. En ella se descubre la fe de un
corazón que mira a la muerte de frente y que sabe que lo único importante es
Dios.
“Prisión
Provincial. Jaén, 1 de octubre de 1936
Maruja del alma:
Tu recuerdo me
acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará
en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales,
ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días
Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más
querida me acompañe hasta la hora de la muerte.
Estoy asistido por
muchos sacerdotes que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la
Gracia dentro de mi alma, fortificándola; miro la muerte de cara y en verdad te
digo que ni me asusta ni la temo.
Mi sentencia en el
tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos,
al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han
absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está!
Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender
siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par
las puertas de los cielos.
Mis restos serán inhumados
en un nicho de este cementerio de Jaén; cuando me quedan pocas horas para el
definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que
nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo
principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos
reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará.
¡Hasta entonces,
pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser
modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los
bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.
Un pensamiento de
reconocimiento para toda tu familia, y para ti todo mi amor sublimado en las
horas de
Sé fuerte y rehace
tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde
su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los
siglos de los siglos.
Bartolomé”
Ese mismo día
escribe a sus familiares y les pide que perdonen a quienes han sido causa de su
muerte. Entre otras cosas, les dice:
“Sea esta mi última
voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia que quiero vaya acompañada
del deseo de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis
con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han
intentado hacerme mal”.
Al día siguiente,
el 2 de octubre, Bartolomé era fusilado. Antes de que las balas acabasen con su
vida gritó lo que daba valor a quienes, como él, en España y en tantos rincones
del planeta, afrontaron el martirio: “¡Viva Cristo Rey!”.
Fue beatificado el
28 de octubre de 2007, junto con otros 497 mártires que dieron su vida en España
entre los años 1934 y 1937.
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