Autor: Max Silva Abbott
Luego de su aprobación en la Cámara, el
proyecto de ley de aborto ha pasado al Senado, previéndose una larga disputa a
su respecto. Ahora bien, un aspecto que nunca he podido entender, es con qué
autoridad, quienes propugnan por el aborto pretenden quitarle la calidad de
persona al no nacido, aunque esto no se diga siempre de manera expresa. En
efecto, en una época en que tanto se clama por la igualdad y la no
discriminación, parece inaceptable que un grupo decida que otro, el de los no
nacidos, no son “de los suyos” y como consecuencia de tan tajante juicio, consideren
que pueden disponer libremente de ellos. Y además, que lo hagan en nombre de
los derechos humanos.
No entiendo lo anterior, insisto, ya que
los derechos humanos, por esencia, o son universales o sencillamente, no son,
se convierten en una mentira. Y por ser universales, deben predicarse de todos
y cada uno de los seres humanos –los embriones lo son– sin más consideración
que su calidad de tal (en particular en lo que se refiere a la vida), sin tener
legitimidad para exigir ningún requisito más. Lo contrario, esto es,
condicionar la titularidad de estos derechos, es matar no solo a estos seres
humanos injustamente desposeídos, sino a los mismos derechos humanos que
paradójicamente se dice defender.
Si los derechos humanos se plantearon en
cierto momento, se debió precisamente al abuso que los fuertes ejercían sobre
los débiles y a la toma de conciencia de la igualdad esencial del género
humano. Por eso, por muchos intereses que existan en juego, hay ciertas
conductas, como matar a un inocente, que nunca pueden ser toleradas, pues con
ello se contradice aquello que se dice defender.
Además, los derechos humanos existen
sobre todo para proteger a los débiles, precisamente a aquellos que muchas
veces no pueden defenderse. Y como se trata de límites que debieran ser
infranqueables al capricho humano, habrá que respetarlos siempre, nos guste o
no nos guste, nos convenga o no nos convenga.
Lo contrario, esto es, respetarlos sólo
respecto de quien quiero o me conviene, es convertirlos exactamente en aquello
a lo cual se oponen: en privilegios injustos y arbitrarios, que hacen que los
poderosos puedan abusar.
Por eso, la prueba de fuego para saber
si de verdad estamos hablando de derechos humanos, y en particular tratándose
del derecho a la vida, se presenta en esas ocasiones en que cuesta tutelarlos,
en que hay que ir a contrapelo. No puede ser que estos derechos solo se
respeten cuando no exijan esfuerzo o renuncia, pues proceder así equivale a
borrar con el codo lo que se ha escrito con la mano.
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