Nuestra memoria es pequeña, y se queda con pocas cosas.
Nuestra capacidad de atención es reducida, y escoge sólo algunos detalles para
dejar de lado muchos aspectos de la realidad. Nuestra
vida es breve, y no podemos aprender todo lo que otros han dicho, hecho y
vivido antes o durante nuestro rápido caminar por este planeta grande y
misterioso. Hay que seleccionar, hay que recoger poco de lo mucho que fluye
ante nuestros ojos.
Las informaciones que recibimos a través de la prensa
siguen esta ley de la
selección. Los periodistas nos presentan las guerras con
fotografías y crónicas selectivas. A veces nos impresiona más el rescate de un
prisionero que una batalla en la que murieron más de 1000 soldados. En el
periódico encontramos la fotografía del prisionero, la crónica del rescate, una
entrevista a sus familiares. La batalla, tal vez decisiva, a veces es
mencionada en unas pocas líneas y sin ninguna imagen de los muertos.
En este sentido, se hace necesaria una mayor colaboración
entre medios de comunicación y especialistas. Hay periódicos que logran este
objetivo: recogen opiniones de expertos, entrevistan a grandes pensadores,
piden la palabra a generales, economistas, médicos o profesores para juzgar
acontecimientos importantes para la vida nacional o internacional.
Pero este trabajo de colaboración no siempre es fácil ni
objetivo. En primer lugar, por las prisas que rodean el mundo de las noticias.
La reflexión del especialista requiere tiempo para ser profunda, objetiva. El
periódico, el noticiero de televisión, tienen que salir deprisa, a las pocas
horas (o minutos) de un atentado, de una fuerte caída del dólar o de un voto en
el parlamento que ha dividido a los políticos de un modo dramático.
En segundo lugar, hay muchos “expertos”, y unos opinan de
una manera y otros de la manera opuesta. El mismo hecho (la subida del precio
del petróleo) puede ser interpretado de muy distintas maneras. Un experto en
economía dirá que es algo positivo, pues estimula a las naciones a buscar
fuentes energéticas alternativas, más baratas y, tal vez, más limpias. Para
otro, sin embargo, es una nueva señal de la crisis económica que hará cerrar
muchas empresas, aumentará el número de desocupados, e impedirá el desarrollo
de los países más pobres.
Lo que ocurre en los medios de comunicación ocurre
también en la historia.
Se narran batallas, se presentan personajes o se describen
situaciones sin que siempre se dé una versión exacta de lo que pasó en un
determinado momento histórico. Para la historia contemporánea las fotografías
tienen un peso especial. Imaginamos casi siempre la Segunda Guerra Mundial
a partir de pocas fotografías: unos soldados alemanes que levantan las barreras
de la frontera polaca, unos aviones que sueltan bombas sobre una ciudad, un
niño hebreo que levanta las manos, con los ojos llenos de pánico, ante las
metralletas de los soldados alemanes, el hongo de las bombas atómicas que
aterraron al mundo...
Pero esa guerra, como todas, tuvo muchos acontecimientos,
miles de pequeñas o grandes anécdotas, que no caben en los libros ni en las
revistas. Cada hecho, sin embargo, tiene su importancia mayor o menor, para un
pueblo, una familia o, simplemente, para aquel soldado que recibió una bala en
la pierna mientras intentaba conquistar una colina y que, gracias a eso,
conoció a la enfermera que se convirtió, poco después, en su esposa...
Por desgracia, existen imágenes que falsean la realidad,
o que reflejan de modo bastante incompleto o parcial lo que ha sido la historia
de un pueblo. La victoria de un ejército sobre otro puede quedar recogida en un
cuadro (o una fotografía) en el que aparece un soldado que pone una bandera en
lo alto de una colina o en la torre de un castillo. Pero algunas de esas
“victorias” han sido logradas a través de la masacre de cientos de soldados que
se rendían y que esperaban un gesto de clemencia por parte de los vencedores.
La suerte de las viudas o de los huérfanos, la pobreza o el hambre que siguen a
muchas guerras, no siempre reciben la atención que merecerían en muchos libros
de historia.
No podemos, desde luego, cambiar la historia, hacer que
no haya ocurrido lo que ocurrió. Pero sí podemos tener un sentido más crítico,
ser capaces de ir más a fondo para comprender el pasado o el presente. Hay
“noticias” que son sólo calumnias, divulgadas para denigrar a un personaje que
resulta incómodo a algunos grupos del poder económico o político. Otras veces
se exalta el “heroísmo” de un líder político que ha conquistado el gobierno a
base de crímenes, traiciones y crueldades sin medida. Otras, se sepulta en el
olvido el papel histórico que pudo haber tenido algún personaje simplemente
porque sus ideas no son compartidas o porque se prefiere exaltar a los que
resulten más simpáticos, aunque no hayan hecho casi nada bueno en favor de sus
pueblos.
El mundo de internet no podrá escapar a la ley de la
imagen, a la pequeñez de la mente humana que se queda con poco y que se cree
mucho de lo que nos dicen sin poder separar lo que son verdades de lo que son
mentiras. Pero ese mismo mundo de internet podrá ser, si nos lo proponemos, una
fuente de alternativas en la que “aparezcan” imágenes y crónicas de hechos que
nadie quiere ver (como, por ejemplo, la violencia del aborto o la pobreza en la
que mueren millones de hombres y mujeres de los países más pobres), y para que
todos los expertos y especialistas puedan ofrecer sus opiniones sobre los
hechos que nos toca vivir cada día.
Nos toca a todos, especialmente a los educadores, tomar
conciencia de este nuevo instrumento y usarlo de modo inteligente y crítico,
para que la verdad pueda aparecer, al menos, menos incompleta. Y para que
podamos juzgar, con mayor espíritu crítico, lo que dice la prensa o la
historia: no todo será mentira, pero tampoco todo será verdad... Educar a leer
y a juzgar lo que otros nos cuentan es todo un reto para la escuela y la
universidad.
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