Autor: Max Silva Abbott
Esta frase, tomada de las declaraciones
de un economista entrevistado por un periódico de Santiago, muestra muy a las
claras el auténtico zapato chino en el que Chile se ha metido, fruto de una
demagogia irresponsable que con tal de ganar unos votos ahora, es capaz de
torpedear una y otra vez la línea de flotación de este país.
En efecto, cual Caja de Pandora, los
monstruos que ya han salido y tal como están las cosas podrían salir en el
futuro de esta peligrosa técnica electoral, pueden ser la ruina de un país. Es
por eso que no debe dejar de insistirse en la profunda irresponsabilidad
–rayana en la mala fe– de persistir por este camino.
El populismo es como la violencia: se
sabe dónde comienza, pero no dónde termina. De ahí que cual círculo, o mejor,
espiral viciosa, va envenenando un país, al incitar el descontento por lo que
sea y a la vez, ilusionar con promesas irrealizables, que una vez incumplidas,
incrementan el descontento y hacen que la fiebre populista crezca y se haga
cada vez más quimérica.
Además, un país que emprende este camino
tiene cada vez mayores problemas de convivencia, divisiones más profundas,
resentimientos más exacerbados. Por eso es un avispero: porque las avispas,
incitadas por quien las despertó, se ponen cada vez más furiosas, lo cual es lo
mismo que ocurre con el electorado enfervorizado por este fenómeno.
Pero la realidad es más fuerte, como
siempre, y de seguir este camino, más temprano que tarde cualquier sistema
colapsa, sencillamente porque las necesidades son infinitas (más aún con el
populismo) y los recursos, pocos, inevitablemente pocos. Y como los que más
obtienen son los que más presionan, los que más gritan (la “gritocracia” de la
cual hablábamos hace poco), se produce una verdadera guerra, una auténtica
rapiña por los recursos existentes entre los diferentes sectores en pugna, lo
cual va dejando la gran mayoría de las verdaderas necesidades postergadas, o en
caso de tomarse como bandera de lucha una necesidad realmente importante, acaba
dejando un pozo de frustración, dadas las alocadas e irrealizables propuestas
que se esgrimen para solucionarla.
El problema es que para salir de esta
espiral, todos debemos contribuir y tener una visión de país que vaya más allá
de las metas inmediatas a fuer de mezquinas en muchos casos. Esto significa,
entre otras cosas, que la clase política no debe caer en la tentación de ser un
títere de “la calle”, como se dice, y los grupos de presión dejar de pensar
sólo en sus intereses; y obviamente, luchar para que estos dos factores no se
potencien mutuamente, pues siempre ambos querrán tener la última palabra.
¿Seremos capaces de calmar este avispero
del populismo?
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