Autor:
Fernando Pascual
En
algunos ambientes se piensa que anunciar el Evangelio según lo entiende la
Iglesia católica, sería proselitismo. Hay quienes piensan, además, que no es
correcto invitar a un no católico a entrar en la Iglesia.
Frente
a este tipo de opiniones, vale la pena recordar un documento publicado el año
2007 por la Congregación para la doctrina de la fe con el título “Nota
doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización”, documento que fue
aprobado por el Papa Benedicto XVI.
Desde
el inicio, esta Nota doctrinal recuerda el mandato misionero que viene del
mismo Cristo y que se convierte en una actividad irrenunciable de sus
discípulos, llamados a evangelizar a todos los hombres (nn. 1-2).
A
continuación, el documento presenta un fenómeno, descrito en el n. 3, que pone
en peligro la acción evangelizadora de la Iglesia:
“A
menudo se piensa que todo intento de convencer a otros en cuestiones religiosas
es limitar la libertad. Sería lícito solamente exponer las propias ideas e
invitar a las personas a actuar según la conciencia, sin favorecer su
conversión a Cristo y a la fe católica: se dice que basta ayudar a los hombres
a ser más hombres o más fieles a su propia religión, que basta con construir
comunidades capaces de trabajar por la justicia, la libertad, la paz, la
solidaridad. Además, algunos sostienen que no se debería anunciar a Cristo a
quienes no lo conocen, ni favorecer la adhesión a la Iglesia, pues sería
posible salvarse también sin un conocimiento explícito de Cristo y sin una
incorporación formal a la Iglesia” (n. 3, cf. n. 4).
Sin
resumir por entero las diversas reflexiones que se ofrecen para responder al
fenómeno apenas descrito, nos fijamos en una idea con la que el documento
evidencia la belleza de transmitir a los demás aquellas verdades que uno ha
recibido gratuitamente como don de Dios.
“La
actividad por medio de la cual el hombre comunica a otros eventos y verdades
significativas desde el punto de vista religioso, favoreciendo su recepción, no
solamente está en profunda sintonía con la naturaleza del proceso humano de
diálogo, de anuncio y aprendizaje, sino que también responde a otra importante
realidad antropológica: es propio del hombre el deseo de hacer que los demás
participen de los propios bienes. Acoger la Buena Nueva en la fe empuja de por
sí a esa comunicación. La Verdad que salva la vida enciende el corazón de quien
la recibe con un amor al prójimo que mueve la libertad a comunicar lo que se ha
recibido gratuitamente” (n. 7).
Así,
la evangelización surge desde el encuentro personal con Cristo y lleva a
comunicar el don recibido, para que otros puedan acceder a la salvación (nn. 1,
7, 8). Se hace desde el diálogo, que exige una serie de características para
ser llevado de modo adecuado, al mismo tiempo que se busca evitar errores o
actitudes que vayan contra el respeto a la dignidad del interlocutor (n. 8).
En
una sección dedicada a las implicaciones eclesiológicas de estas premisas, el
documento recuerda la misión evangelizadora que interpela a todos los
creyentes, llamados a comunicar a otros el don recibido. Esto supone superar
visiones erróneas, como las del relativismo o las de quienes entienden de modo
equivocado la libertad religiosa (nn. 9-11).
La
siguiente sección se dedica al ecumenismo. ¿Habría que ofrecer también la
doctrina católica a quienes tienen el bautismo pero no son parte de la Iglesia
católica? El tema es complejo, pero en esta Nota doctrinal se ofrecen elementos
importantes para responder. Uno está contenido en las siguientes líneas:
“Dondequiera
y siempre, todo fiel católico tiene el derecho y el deber de testimoniar y
anunciar plenamente su propia fe. Con los cristianos no católicos, el católico
debe establecer un diálogo que respete la caridad y la verdad: un diálogo que
no es solamente un intercambio de ideas sino también de dones, para poderles
ofrecer la plenitud de los medios de salvación. Así somos conducidos a una
conversión a Cristo cada vez más profunda” (n. 12).
¿Qué
hacer si un bautizado no católico pide entrar en la Iglesia católica? Hay que
respetar su decisión “como obra del Espíritu Santo y como expresión de la
libertad de conciencia y religión” (n. 12).
Es
aquí donde la Nota doctrinal alude directamente al proselitismo, para explicar
que lo anterior no incurre en el significado negativo que se da a tal término.
Para ello, conviene aclarar qué se entiende por proselitismo, lo cual se hace
en una nota a pie de página. En ella leemos lo siguiente:
“Originalmente
el término «proselitismo» nace en ámbito hebreo, donde «prosélito» indicaba
aquella persona que, proviniendo de las «gentes», había pasado a formar parte
del «pueblo elegido». Así también, en ámbito cristiano, el término proselitismo
se ha usado frecuentemente como sinónimo de actividad misionera. Recientemente
el término ha adquirido una connotación negativa, como publicidad a favor de la
propia religión con medios y motivos contrarios al espíritu del Evangelio y que
no salvaguardan la libertad y dignidad de la persona. En ese sentido, se entiende el término
«proselitismo», en el contexto del movimiento ecuménico: cf. The joint Working
Group between the Catholic Church and the World Council of Churches, The
Challenge of Proselytism and the Calling to Common Witness (1995)” (nota
49).
Así,
queda claro que existe un modo de entender el proselitismo como actividad
misionera, y otro como publicidad, llevada a cabo de modo incorrecto, de la
propia religión. El primer sentido es correcto, mientras que el segundo no.
Por
eso, al hablar el proselitismo, conviene dejar claro cómo se usa ese término,
para no pensar que ofrecer el Evangelio a otros con respeto y desde el amor
sería proselitismo en el sentido negativo del término, cuando en realidad es
algo esencial a nuestra vocación cristiana.
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