Autor:
Fernando Pascual
No hay
peor trampa que la de los aplausos que anestesian, que impiden ver los propios
defectos, que halagan la vanidad, que domestican los proyectos de urgentes
reformas.
Sí:
hay aplausos que anestesian. Aplausos que vienen del propio corazón, cuando uno
se engaña al pensar que está muy bien cuando en realidad está mucho más mal de
lo que se imagina. O cuando uno ve resultados que le halagan y no se da cuenta
de los muchos errores que comete al actuar, al hablar o al pensar.
Otros
aplausos vienen de fuera. De un mundo enemigo que quiere engullir a los
indecisos, a los inconstantes, a los inseguros, a los dudosos. De un mundo que
exalta a los vanidosos y engreídos. De un mundo que odia las palabras
proféticas y adora las adulaciones de los “intelectuales”. De un mundo que
controla muchos medios de comunicación para que dirijan las miradas y las
aprobaciones hacia unos ideales falsos y acallen todo lo que pueda ser visto
como obstáculo a proyectos miserables.
Es
grave dejarse atrapar por los aplausos que anestesian. Aplausos del mal amigo
que no nos advierte de ese vicio que poco a poco nos domina. Aplausos del mal
compañero de trabajo que disfruta al ver que le imitamos en sus engaños al
“jefe”. Aplausos de los seguidores en una red social (Facebook y similares) que
ríen las tonterías que uno pone sin dejar espacio a descubrir la ridiculez
escondida en esas líneas que empiezan a circular por Internet.
Para
los personajes públicos, es muy peligroso y dañino recibir aplausos de grupos
que se caracterizan por sus ideologías destructivas, por sus mentiras, por sus
injusticias, por sus manipulaciones. O ser admirado por revistas y páginas de
Internet que alaban conductas gravemente inmorales. O ser declarado personaje
importante por quienes difunden ideas racistas o promueven modelos económicos
que oprimen a los pobres.
Frente
a tanto aplauso engañoso, un corazón humilde y sabio mira al cielo y hace la
única pregunta que realmente importa: ¿vivo según lo que me ayuda a amar a Dios
y a los hermanos? ¿Busco la verdad y la justicia? ¿Tengo como centro de mi vida
sólo el reconocimiento que viene de Dios y de los amigos buenos?
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