Autor: Rodrigo Fernández de Castro de León
Estaba comiendo con una familia italiana cuando la mamá dijo
con cierto aire de tristeza que le parecía que en estos meses de pandemia
algunos sacerdotes se habían comportado más como médicos que como pastores.
«Hablan más como médicos que como sacerdotes. En lugar de hablarnos de Dios,
hablan de higiene y de salud».
Ha pasado una semana desde que escuché esa frase. Tengo que confesar que me golpeó y me dejó reflexionando muy profundamente. Quizás porque mi conciencia me reclama pedir perdón por un comportamiento que en muchos casos ha sido generalizado en los sacerdotes, seminaristas y religiosos de la Iglesia, incluyéndome a mí mismo.
Pido perdón a todos los católicos que en estos meses de
pandemia nos han visto hablando como médicos y no como pastores. Pido perdón a
todos los que se han sentido solos, lejos de Dios por culpa nuestra,
abandonados por la Iglesia. Pido perdón por las veces en que nos ha faltado fe
para creer que esta pandemia no sólo se resolvía con cubrebocas, medicinas y
sana distancia…, sino sobre todo con el auxilio de Dios, con la oración y los
sacramentos. Pido perdón por haberlos dejado solos.
Agradezco a tanta gente que en estos tiempos nos ha dado
grandes testimonios de fe. Tantos hombres y mujeres que nos han recordado que
un cristiano no debería vivir con miedo a la muerte, porque al final su vida
está y solo está en manos de Dios. No vamos a vivir ni un día más ni un día
menos por culpa de un virus. Gracias porque viviendo ustedes sin miedo nos
interpelan, nos motivan a pedir a Dios un poco más de fe.
Una última reflexión, ahora de cara al presente y al futuro
próximo. En los inicios de la Iglesia los cristianos arriesgaban sus vidas para
ir a misa y recibir la comunión. Valoraban tanto la Eucaristía y creían de tal
modo en ella que no tenían miedo de morir. Para ellos el don de la Eucaristía
era mucho más grande que la vida terrena misma. Hoy, en este 2020, ¿somos
capaces de arriesgar nuestra vida –si es que puede llamársele así, pues con las
medidas recomendadas de salud quizás no sea un riesgo como tal– para ir a misa?
¿O nos falta fe y nos escudamos en mil pretextos?
Ojalá que ni los sacerdotes ni los laicos tengamos miedo.
Estos son tiempos de confiar más en Dios. Son tiempos de volver a la Iglesia, a
los sacramentos. No digo que no confiemos en la medicina –si Dios ha dado este
don al ser humano es por algo– o que seamos ingenuos –si tengo una situación
delicada de salud, conviene quedarse en casa y evitar salir–, pero ojalá no
pongamos a la medicina por encima de Dios y no seamos incoherentes, por
ejemplo, no yendo a la Iglesia por temor a contagiarse, pero sí yendo a los
restaurantes, bares y playas, sin ningún tipo de temor. Son tiempos para vivir
nuestra fe de modo heroico. Y eso nos debe interpelar a todos: laicos, religiosos
y, con mucha más razón, sacerdotes.
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