Autor: Fernando Pascual
El padre abad se sentó y
empezó a escribir.
“Te mando un saludo, Sergio,
para continuar la conversación tan interesante que empezamos el lunes pasado.
Entonces me dijiste dos ideas.
Primero, que la vida se sustenta siempre sobre las mismas bases: suelo, aire y
agua. Segundo, que la biodiversidad, por ser un patrimonio recibido en cuanto
seres humanos, funda ciertas obligaciones, incluso un derecho, y que entonces hablar
de desarrollo sostenible sería lo mismo que hablar de solidaridad
intergeneracional.
Me gustaría precisar algo al
respecto. Ciertamente, el suelo, el aire y el agua son sumamente importantes,
pero no bastan para explicar que la vida continúe en el tiempo.
Basta con pensar cómo hay
lugares donde se dan esos tres elementos, por ejemplo, en montañas muy
elevadas, sin que exista allí prácticamente biodiversidad.
En realidad, los elementos que
sustentan cada vida son muy complejos, y los sistemas de equilibrio han estado
cambiando continuamente. Hoy tenemos un equilibrio que tal vez nos gustaría
conservar (aunque no es “perfecto”, como se nota por muchos problemas de salud
entre los hombres y los animales).
Sin embargo, hace miles de
años los equilibrios eran otros. En ese sentido, creo que estaríamos de acuerdo
en reconocer que los equilibrios ambientales no son algo estático, sino
dinámico.
En ese dinamismo nos
encontramos los hombres que hoy podemos decidir mucho. No todo, hay que
recordarlo, pues hay seres vivientes y otros organismos, como los virus, que
escapan muchas veces a nuestro control.
La pregunta más importante,
según pienso, es esta: ¿es el hombre un resultado casual de la evolución, una
etapa de la misma, que tiene el mismo valor que los demás animales y plantas, o
es algo más?
Si el hombre fuese un
resultado provisional, entre muchos otros, del proceso evolutivo, ¿por qué
habría que buscar modos para controlar “artificialmente” a un viviente que ha
llegado a dominar a otros muchos vivientes?
Simplemente, si el
comportamiento del hombre, considerado por algunos como un ser casual como
cualquier otro, llegara un día a destruir sus condiciones de supervivencia,
entonces desaparecería y se dejaría espacio a nuevos equilibrios evolutivos.
En cambio, si el hombre fuese
algo más, si tuviese libertad, conciencia, responsabilidad, y un alma eterna,
entonces podemos hablar de deberes respecto de la naturaleza porque seríamos
capaces de darnos cuenta de que la biodiversidad es también para los demás.
En otras palabras: un sano
ecologismo se construye en favor del hombre y de los demás seres vivos, porque
reconoce que el hombre es un ser especial. No podemos considerarlo, entonces,
como un parásito del planeta (como dicen algunos), sino como su principal
protagonista, por estar dotado de facultades abiertas a muchas posibles
opciones, sobre las cuales existe una responsabilidad ética fundamental.
Respecto de las generaciones
futuras, la verdad es que se habla de deberes respecto de ellas de modo
analógico, pues todavía no existen. Sobre este tema hay importantes reflexiones
del filósofo Hans Jonas, y releerlas resulta siempre estimulante.
El hecho es que lo que ahora
realizamos tiene consecuencias que no son fáciles de preveer. Por ejemplo, la actividad
metabólica de los más de 7 mil millones de seres humanos resulta imprescindible
para nuestra supervivencia, pero no sabemos las consecuencias que tendrá para
los hombres que vivirán dentro de mil o diez mil años.
Quizá ahora mismo el hecho de
que respiramos pudiera ser un factor importante para que se produzca falta de
oxígeno en el planeta dentro de “X” años, y no por eso vamos a dejar de
respirar.
Sobre el “desarrollo
sostenible”, habría mucho que precisar, pues lo que gasta desde el punto de vista
energético un hombre de Europa es muchas veces más elevado que lo que gasta un
hombre de una tribu de algún rincón olvidado del planeta.
¿Hemos de obligar a los
europeos a vivir en modo tribal? ¿Hemos de impedir a otros seres humanos mucho
más pobres, si así lo desean, acceder a la tecnología que podría mejorar su
salud y su vida?
Además, resulta posible, y ya
se han visto casos, en los que ciertos desarrollos de la tecnología han ayudado
a reducir el impacto ecológico de actividades humanas en el planeta. Al mismo
tiempo, algunas formas de “baja tecnología” podrían ser más contaminantes que
otras modernas...
Considero que el punto central
en estos temas consiste en reconocer que el hombre tiene una inteligencia con
la que puede hacer el mal y el bien. Algunos han cometido grandes injusticias
ecológicas, pero otros han repoblado bosques, salvado especies de animales,
mejorado la producción agrícola con menor daño de las tierras, etc.
Veo que ya me estoy alargando.
Te ofrezco estas ideas para poder seguir en diálogo, y espero que puedan ser de
utilidad. Cuídate mucho y gracias también por los consejos que me ofrecen para
sobrellevar mejor el frío y el calor. Te deseo de corazón las bendiciones de
Dios. Tuyo...”
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