Autor: Rodrigo Fernández de Castro de León
Cuando era pequeño mi deporte favorito era el fútbol.
Recuerdo una ocasión que estábamos jugando un pésimo partido de un torneo. Era
el medio tiempo e íbamos perdiendo por tres goles. Estábamos enojados entre nosotros,
discutiendo sobre si la culpa era de la cancha, del árbitro, de la temperatura,
del horario del partido... El entrenador simplemente nos escuchaba mientras nos
miraba.
Cuando todos quedamos en silencio, el entrenador tomó la palabra y nos preguntó: «¿No creen que la causa sea más profunda? ¿No creen que lo que necesitamos discutir es sobre qué tal va nuestro compañerismo, nuestra confianza en los compañeros, nuestra capacidad de reponernos ante el fracaso?». Y así fue dirigiendo una discusión entre nosotros sobre temas más importantes. Todos pudimos decir lo que pensábamos. Al final entre todos nos motivamos y salimos a la cancha para el segundo tiempo con una renovada actitud.
Fue un segundo tiempo intenso, cardiaco. Fuimos levantándonos
poco a poco, aumentando la moral del equipo, la confianza entre nosotros.
Metimos un gol, luego el segundo… Quedaban pocos minutos para el final y,
contra todo pronóstico, empatamos el partido. Al final quedó 3-3, un empate que
para nosotros era un triunfo. Y eso fue: un triunfo por lo que aprendimos ese
día.
Últimamente he recordado mucho esta historia porque a veces
veo que en la Iglesia discutimos en los vestidores de cosas de las que no
habría que perder el tiempo. Que si el árbitro, que si la cancha, que si el clima…
Nos friccionamos discutiendo sobre temas accidentales y no discutimos sobre lo
esencial, de esas cosas en las que sí valdría la pena confrontar, comparar y,
eventualmente, friccionar.
La Iglesia, las congregaciones, los movimientos, necesitan
entrenadores que les ayuden a dejar de discutir de tonterías, de cosas
accidentales, de elementos superfluos, y que más bien les enseñen a ver qué sí
es esencial, qué sí es digno de ser discutido, de ser valorado, de ser puesto
sobre la mesa. El tiempo que perdamos en discusiones estériles será tiempo en
que dejaremos de ayudar a las almas, en el que dejaremos de evangelizar, en el
que dejaremos de formar.
¿Qué podemos hacer como miembros de la Iglesia? Buena
pregunta que cada uno de nosotros debería hacerse.
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(Desde la Redacción: ¡muy feliz Navidad a quienes visiten la página en estos días!)
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