Autor: Fernando Pascual
En su “Autobiografía”, Gilbert Chesterton cuenta lo que un teósofo le dijo en cierta ocasión: “El bien y el mal, lo verdadero y lo falso, la estupidez y la sabiduría son tan sólo aspectos del mismo movimiento ascendente del universo”.
La sorpresa de Chesterton se plasmó en una sencilla pregunta: “Suponiendo que no haya diferencia entre lo bueno y lo malo o entre la verdad y la mentira, ¿cuál es la diferencia entre ascendente y descendente?”
El esfuerzo de algunos pensadores por eliminar categorías fundamentales como las de bien y mal, verdad y falsedad, está muchas veces asociado a la idea de que existe un progreso, de que “avanzamos” o “ascendemos” gracias a las conquistas de la ciencia o de pensadores audaces.
Pero entonces es plenamente legítima la pregunta de Chesterton: ¿qué queda si prescindimos de nociones tan fundamentales? ¿No se busca sustituirlas con otras que incurren en nuevas paradojas, como el ascender o el progresar?
La experiencia nos muestra, según una frase famosa, que “las palabras lo soportan todo”. Las palabras sí, pero la realidad, y muchas veces la mente, no son capaces de mantener en pie afirmaciones absurdas o contradictorias.
Entre autores que proclaman con orgullo los “avances” humanos en los últimos siglos y las “conquistas” de la psicología, la medicina, la biología, la tecnología, siguen en pie parámetros universales que sirven para evaluar si un presunto logro lo sea realmente o no.
Entre esos parámetros, ineliminables, están las nociones de bien y de mal, de verdadero y de falso. Explicarlas, ciertamente, nunca ha resultado fácil. Pero es absurdo eliminarlas con una admiración acrítica hacia el “progreso”.
Por eso, a pesar de todos los teósofos del ayer y los expertos famosos del hoy, siempre tendremos necesidad de hablar sobre bienes y males, sobre verdades y falsedades. Y preferimos, sin duda alguna, acercarnos al bien y a la verdad, para no incurrir, en perjuicio nuestro y de otros, en el mal y la falsedad...
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