Autor: Rodrigo Fernández de Castro
El domingo 6 de diciembre de 2020, en la ciudad de Frankfurt,
Alemania, cerca de 13 mil personas fueron evacuadas, tras encontrar una bomba
de la Segunda Guerra Mundial, la cual no explotó durante el conflicto bélico.
Los equipos especializados trabajaron por varias horas para desactivar el
artefacto y evitar que se pudiera producir un accidente que costara vidas.
Este hecho, además de impresionarme pues jamás me hubiera imaginado que después de tantos años se pudieran seguir encontrando bombas de la Segunda Guerra Mundial, me hizo reflexionar en la gran analogía que podemos encontrar con respecto a nuestra vida como católicos.
Hay momentos en la vida en que afrontamos crisis fuertes. Son
como esas guerras en la que el bien y el mal, el hombre viejo y el hombre nuevo
(cf. Ef 4,22-24), se enfrentan dentro de nosotros mismos.
El enemigo de nuestra felicidad, el demonio, lanza
continuamente bombas de tentaciones al territorio de nuestro corazón: son las
bombas del desánimo, de la duda, del cansancio. Algunas, tristemente, explotan,
ocasionándonos daños y heridas; otras, quizás, cayeron sin explotar, pero
atentos: siguen ahí, con riesgo de que en algún momento de nuestra vida
exploten.
De ahí la importancia de vivir en continua vigilancia, de
encontrar esas bombas que no han explotado, pero que podrían explotar y
dañarnos si nos descuidamos, para desactivarlas a través de una renovada vida
de oración y de penitencia. «Velad y orad, para que no caigáis en tentación»
(Lc 21,34).
¿Qué bombas desactivadas pueden estar hoy en el territorio de
mi corazón? ¿En qué zonas de mi alma puede haber riesgo de la presencia de una
bomba? Sería muy bueno detenernos a realizar un examen de conciencia y qué
mejor que hacerlo en estos días de adviento.
Ojalá que, si encontramos esas bombas, no nos hagamos de la
vista gorda, no las sepultemos con miedo, desgana o indiferencia, como si no
pasara nada. Una bomba puede destruir nuestra vida, nuestra felicidad, nuestra
familia.
Tengamos valor para desactivar esas situaciones que nos ponen
en riesgo de destruir el terreno sagrado de nuestro corazón. Confiemos en que
en esta batalla contaremos con la gracia de Dios, a ejemplo de san Pablo que
una y otra vez recordaba: «Todo lo puedo en Aquel me conforta» (Flp 4,13).
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Nota de la redacción: deseamos a los lectores muy feliz año 2021.
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