Autor: Fernando Pascual
Es cada vez más frecuente encontrarnos y convivir con personas de religiones y de ideas muy distintas.
Para algunos, la variedad de opiniones, la diferencia de religiones, sería una riqueza, un tesoro, una oportunidad para promover una vida social más atenta al otro, más comprensiva hacia las diferencias, más pluralista, más democrática.
Esta convivencia llevaría a las personas, según algunos autores, a reconocer que su creencia no es la única, que existen otras ideas, otros puntos de vista. De esta manera, se promoverían actitudes de tolerancia y de respeto, que son esenciales para un mundo más justo y más respetuoso de las personas.
Pero quedarse sólo en estas consideraciones es insuficiente. Porque el punto de vista diferente del propio nos pone ante una pregunta que muchos no se atreven a formular en toda su radicalidad: ¿podemos decir que existen religiones y creencias más verdaderas que otras?
Pensar o decir que todas las religiones son iguales es algo que contradice a lo que muchos hombres y mujeres experimentan a la hora de optar por una religión o de asumir la religión en la que han sido educados desde niños. Por ejemplo: quien cree que Cristo es Dios y que ha fundado la Iglesia no lo hace como si su convicción fuese una alternativa que vale exactamente lo mismo que creer en las ideas del Corán o del budismo, como si entre las religiones no fuera posible establecer diferencias respecto de la verdad o del error que puedan darse en cada una de ellas.
Por eso, hay que dar un paso ulterior, y preguntarnos: ¿por qué sigo y acepto esta religión, y por qué el otro tiene una religión distinta de la mía?
No basta con decir que uno es católico porque ha nacido en una familia católica, mientras que otro es luterano porque así le han educado desde niño. La sociedad moderna es testigo de la enorme movilidad religiosa de la gente: quienes antes eran de una creencia ahora han optado por otra. Entonces, ¿por qué asumimos y aceptamos como camino para la propia vida una religión y no las demás?
La respuesta profunda arranca de un hecho: creemos que la religión que aceptamos como propia es verdadera, que contiene elementos positivos y buenos que no se dan con tanta perfección en otras religiones.
Hay que tener valor para explicitar esta respuesta, pues se opone a cierto relativismo según el cual cualquier opción vale igual que las otras. Pensar lo anterior contradice, como ya dijimos, la experiencia profunda de quien decide aceptar una religión en vez de otra.
El relativismo respecto de las opciones religiosas, además, cae en el error de avisar del “peligro” en el que se incurriría cuando uno piensa que su religión es verdadera mientras que las demás son falsas o incompletas, con lo que se llegaría (según dicen los fautores de tal relativismo) a actitudes de intolerancia y de desprecio hacia el “distinto”.
En realidad, la posición relativista es engañosa e insuficiente. Creer que uno posee la verdad no implica automáticamente despreciar a quien piensa algo equivocado. Es cierto que el error ajeno puede doler, incluso puede irritar a la gente. Pero existen muchos casos de personas que están profundamente convencidas de la verdad de sus creencias religiosas y que, al mismo tiempo, tratan con sumo respeto a quienes piensan de modo diverso. Como también existen algunos “relativistas” que muestran un fundamentalismo y una hostilidad completamente injustificados a la hora de enjuiciar o incluso despreciar a los que aceptan como propias creencias religiosas.
Podemos añadir, además, que los cristianos (si lo somos de verdad) estamos llamados a un amor hacia todos. Porque Cristo ama a los de dentro y a los de fuera. Porque busca a las ovejas perdidas y a las que todavía no saben que pueden entrar en el rebaño. Porque dio su Sangre y su Vida para que los pecadores fueran perdonados y para que el Amor del Padre se hiciese presente en nuestro mundo. Porque resucitó (sí, creemos que es una verdad, no un mito) para que la muerte pierda su tinte dramático y se convierta en el paso a una vida de felicidad eterna.
Respetar a las personas que tienen otra religión debe ser un gesto sincero y profundo entre quienes nos decimos seguidores de Jesús de Nazaret. Desde el respeto sabremos testimoniar, a veces sin palabras, otras veces con mensajes ofrecidos con un amor sincero, nuestra fe cristiana. Porque quisiéramos que ellos, un día, descubriesen la verdad más estupenda: “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
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