28 de junio de 2021

Educación: no quedarse en los medios


Autor: Fernando Pascual

Uno de los grandes pensadores del siglo pasado, el francés Jacques Maritain, notaba que la educación moderna podía caer en un grave error: quedarse en la búsqueda y mejora de los medios y olvidarse de los fines.

Nuestras escuelas se han visto enriquecidas, durante años, por cantidad de ofertas pedagógicas y por ideas para mejorar la enseñanza. Una tras otra se suceden nuevas propuestas, nuevos métodos, material didáctico actualizado. Los maestros y profesores se encuentran con un abanico enorme de posibilidades de aplicación (siempre que el presupuesto lo permita...). Pero parece que se nos dice muy poco sobre el fin de la educación, sobre los objetivos que hay que alcanzar.

Desde luego, sería exagerado decir que nadie habla de los fines. A veces los programas escolares determinan de modo más o menos explícito las metas que se deben alcanzar. El educador desea que el niño adquiera habilidades, destrezas, conocimientos, con los que pueda entrar en el mundo de los mayores. Otras veces quiere que desarrolle de modo armónico el caudal de fuerzas y de energías que posee. Otras pretenden que conquiste una buena base de conocimientos intelectuales para poder realizar una carrera con éxito y así lograr un puesto de trabajo cada día más difícil de conseguir. Otras buscarán que cada niño sepa vivir en armonía con los demás, según reglas de comportamiento que hacen de cada uno un auténtico caballero.

En cierto sentido, los fines que escogen los educadores dependen de los valores y principios que dominan en la sociedad. Hubo épocas de la historia humana en las que el fin consistía en ayudar a la gente a llegar al cielo. La educación servía entonces para enseñar los mandamientos, ayudar a los niños a portarse bien, a rezar, a perdonar, a vivir según la doctrina del Evangelio.

En otras épocas y pueblos la educación quería formar soldados dispuestos a todo con tal de lograr la victoria. La educación se centraba en la conquista de las cualidades físicas, en el aprender a usar las armas, en hacer ejercicios difíciles para vencer el cansancio y la sed, y en vivir con una férrea disciplina militar.

En otros momentos de la historia la educación se limitaba a enseñar a ser un buen obrero: incluso los niños entraban en las fábricas o las minas para “aprender” enseguida a trabajar como pequeños esclavos de un sistema productivo que quería sólo una cosa: más ganancias con menos costos...

¿Y cuál es el fin de la educación que damos hoy a nuestros hijos? No es fácil saberlo. Cuando un niño va a la escuela recibe un montón de conocimientos: matemáticas y gimnasia, dibujo y geografía, ciencias naturales y música, computación e idiomas... A veces los maestros quedan confundidos al constatar que cada vez que cambian de ministro de educación cambian los programas. Hay momentos en los que uno no sabe exactamente hacia dónde vamos...

Por encima de todos los cambios que decidan las autoridades, cada maestro puede determinar y aclarar lo que realmente quiere en el fondo de su corazón. Habrá maestros que quieren que sus alumnos estén preparados para la vida. Otros querrán que puedan entrar en la universidad y así convertirse en profesionistas cualificados. Otros buscarán que el niño disfrute ahora de su niñez, pero también que aprenda algo que pueda servirle en la vida real de los adultos. Algún maestro despistado querrá solamente que los niños no se peleen en clase y que pronto suene el timbre para ir cada uno a su casa o a sus diversiones...

Suena el timbre. Los niños y los jóvenes entran más o menos en orden a un salón. Luego, un maestro, nuevo o veterano, alegre o triste, entusiasta o cansado, aparece delante de unos ojos inquietos y abiertos a la vida. El resultado de esta clase es imprevisible, pues cada cabeza piensa muchas cosas. El maestro puede hacer bastante para que los alumnos no sólo no armen una revolución (para algunos eso ya es mucho), sino para que aprendan y para que empiecen a vivir según valores profundos: amistad, sinceridad, laboriosidad, respeto a los que son diferentes, alegría y honestidad. Son objetivos que no pueden ser dejados de lado por ningún profesor, por ninguna institución ni programa educativo.

No podemos quedarnos en los medios. Cuando un niño coge un pedazo de papel y pone delante de sus ojos un libro de dibujos, necesita algo más que habilidades para saber copiar el diseño de un cangrejo. Un buen maestro sabrá enseñarle muchas cosas, pero, sobre todo, sabrá comunicarle lo hermosa que es la vida cuando se vive para los demás. Enseñar esto será una de las metas más importantes de todo buen maestro, aunque a veces no tenga muchos medios técnicos a su disposición...

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