Autor: Rodrigo Fernández de Castro
Quienes conducimos vehículos hemos tenido la experiencia de
ir manejando de noche y ser cegados por las luces altas del vehículo que viene
de frente. Sabemos que en esos momentos hay que bajar la velocidad y
encender-apagar rápidamente las luces altas de nuestro coche, siendo éste una
especie de “aviso” al otro conductor de que nos está cegando con sus luces
altas, de modo que las pueda quitar y poner luces normales. Sin embargo, la
experiencia nos dice que muchas veces el otro conductor va despistado y no se
da cuenta.
Esta imagen de la vida diaria me permite hacer una analogía con lo que son los defectos de un ser humano. Es más fácil darse cuenta de los defectos de los demás, de que el otro tiene las “luces altas” de un defecto, que darnos cuenta de los nuestros. Así como a veces hemos sido nosotros los que por descuido encandilamos a los conductores que vienen de frente, así también a veces no nos damos cuenta de nuestros defectos, pero los demás sí los ven y los sienten.
Cuánto debemos recordar esto cuando una persona con sus
defectos nos encandila negativamente. Son momentos para recordar que nosotros
también a veces vamos con las “luces altas” de nuestros defectos, de nuestras
mediocridades, de nuestras incoherencias. Esta conciencia nos ayudará a vivir
esa obra se misericordia que tanto nos invita a vivir la Iglesia: “Soportar con
paciencia los defectos de los demás”.
Pidamos a Dios que nos dé un corazón humilde que sepa
reconocer sus propios defectos y trabajar para superarlos, para no andar por la
vida circulando con luces altas que encandilan, lastiman y dañan a los demás.
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