8 de noviembre de 2021

¿Esclavos o señores?

Autor: Bosco Aguirre

Algunas situaciones de la vida nos hacen pensar que los hombres y mujeres de nuestro planeta viven como esclavos. A veces son esclavos de sus pasiones y tendencias, de sus caprichos y de sus hormonas, de sus gustos y de sus impulsos. Otras veces son esclavos de tiranos inflexibles (dictadores lejanos, amigos prepotentes, familiares que no dejan ningún sector de casa por invadir).

Pero en otros momentos descubrimos que resulta posible romper cadenas y vivir con una libertad que nace de algo profundo que nada ni nadie puede quitarnos.

Immanuel Kant (1724-1804) usaba dos ejemplos que ilustran esta libertad profunda del ser humano.

En el primer ejemplo, un hombre declaraba que era incapaz de vencer sus inclinaciones a los placeres sexuales cuando se presentaba la ocasión propicia, cuando se le ponía una oportunidad delante de los ojos. A este hombre podríamos preguntarle: “¿qué ocurriría si delante de una casa donde se encuentra esa ‘oportunidad’ alguien pusiese una horca y te dijese: si haces lo que piensas hacer, después te ahorcaremos?” Seguramente nuestro amigo “incontinente” lo pensaría dos veces antes de empezar una nueva aventura sexual: sentiría que por miedo sí es capaz de aguantar, aunque de mala gana. En otras palabras, tiene energías internas (aunque haya que despertarlas a base de horcas y de miedo) con las que puede decir “no” a un impulso pasional que antes consideraba irresistible.

En el segundo ejemplo Kant hablaba de ese mismo hombre débil y sensual. Un día un príncipe (hoy diríamos un grupo criminal o una organización mafiosa) le ordena que dé un falso testimonio contra otra persona. Además, le dice que si se niega a seguir esta orden, lo ahorcaría inmediatamente. Nuestro buen amigo, seguramente, cedería ante una amenaza tan grave. Pero también se daría cuenta de que es capaz de decir “no”, pues lo que le manda el príncipe es sumamente injusto. Incluso (¿por qué no?) podría darse el caso de que se rebelase y se negase a colaborar en ese falso testimonio; de este modo, si luego fuese ahorcado, se convertiría en un auténtico mártir de la justicia.

Los dos ejemplos son sumamente interesantes. En el primero, quien dice que no puede dejar de hacer algo (sexo, banquetes, borracheras, drogas, y la lista podría ser mucho más larga), descubre, de repente, que existen en él energías profundas que le pueden permitir decir “no” a sus vicios. Aunque tales energías necesiten el apoyo externo de una amenaza. En el segundo ejemplo, en cambio, ese mismo hombre descubre que no sólo el miedo o el placer son el motivo de sus actos, sino que sería capaz, con una buena dosis de valor, de enfrentarse al tirano para defender la verdad y la justicia.

Nos hace falta hoy, más que nunca, reconocer que cada ser humano, hombre o mujer, rico o pobre, sabio o ignorante, no es sólo un manojo de pasiones o de miedos. Hay en él energías ocultas, insospechadas, que se desatan y que permiten romper con modos de vivir que parecían, a primera vista, irrenunciables, más duros que el cemento.

¿Cómo se desatan esas potencialidades que permiten un cambio radical? Pensemos, por ejemplo, en el modo de actuar del amor. Un chico o una chica dicen ser incapaces de dejar de tomar bebidas alcohólicas. Son incapaces, no pueden... hasta que, de repente, una situación nueva despierta sus corazones dormidos, les pide un sacrificio profundo por hacer el bien a alguien que aman.

Tal vez el cambio profundo inicia al conocer la enfermedad del padre o de la madre, o con un accidente, o al ver a un amigo borracho y herido que pide ayuda y compañía. O se inicia con la experiencia del enamoramiento: alguien a quien amo y que me ama desea y pide que deje de tomar. El cambio que parecía imposible (en algunos casos, por desgracia, se da una real imposibilidad psicosomática) empieza a hacerse realidad.

Las energías de cada uno esperan una ocasión para brillar. Son energías que pueden ser puestas al servicio del bien, y que a veces son orientadas hacia el mal. Todo depende de cada uno. No somos esclavos de las circunstancias, ni de las hormonas, ni del pasado inmediato o remoto. No podemos, ciertamente, cambiar lo que ha sido nuestra educación, ni eliminar de un golpe vicios “conquistados” a base de “esfuerzo” (o de pereza). Pero sí podemos reconocer que el corazón y la mente de cada uno puede dar pequeños o grandes pasos para empezar a ser distintos, para sacar ese duende de bondad que duerme en nuestras vidas.

No hace falta que pongan una horca delante de nuestra casa para que empecemos hoy una nueva vida. Bastaría con que unos ojos nos miren y nos den confianza. Una confianza con la que dejaremos de ser esclavos de las pasiones y de la prepotencia de otros para empezar a ser señores de nuestras vidas, para empezar a caminar a la conquista de horizontes de bondad para muchos nunca imaginados.

No hay comentarios: