Autor: Fernando Pascual
La palabra interés puede tener diversos significados, pero hay uno que tiene un valor muy relevante: la aspiración a un resultado que se considere como positivo, ganancia, triunfo, mejora.
Se podría decir que todo lo que hacemos, al levantarnos, al preparar el desayuno, al leer una página de noticias, al hacer una llamada telefónica, tiene un objetivo, está marcado por algún interés.
Ello vale también a nivel de lo que proponen y deciden empresarios, banqueros, gobernantes, periodistas, profesores, y una larga lista de personas que tienen un mayor influjo en las sociedades.
Por interés se escribe un libro, se publica una noticia, se toma una decisión en el parlamento, se inicia una guerra, se hace un tratado de paz, se abre una empresa, se cierra un bar.
Los intereses surgen desde los deseos, y están orientados hacia aquello que se presenta como bueno, como válido y enriquecedor para la propia vida o para la vida de una familia, de un grupo, de un país, de la humanidad en su conjunto.
Sabemos, sin embargo, que hay intereses mejores e intereses peores; que algunos deseos pueden ser buenos y otros malos; que incluso lo que parece bueno al final desemboca en un daño para uno mismo o para otros.
Por eso es tan importante reflexionar a fondo sobre cuáles son los intereses que nos mueven a actuar, a hacer o dejar de hacer un trabajo, a reencontrarnos con unos amigos o a cancelar una cita que pensamos puede perjudicarnos.
Luego, hay que purificar nuestro corazón, que puede estar herido por egoísmos o ambiciones que causan tantos sufrimientos, y que explican situaciones tan dramáticas como las de guerras y violencias destructivas.
En el esfuerzo por purificarnos, necesitamos la ayuda de Dios y el consejo de personas buenas. De este modo, arrancaremos tendencias y gustos que surgen desde intereses malignos; y promoveremos intereses buenos, que abren horizontes de bien y de justicia que tanto necesitan los individuos y las sociedades.
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