Autor: Fernando Pascual
Parece extraño, pero conquistar y poner en práctica aquello que proporciona placeres rápidos e intensos provoca muchas veces insatisfacciones profundas y duraderas.
Lo saben quienes están encadenados a dependencias más o menos patológicas, como el juego compulsivo, o el abuso de bebidas alcohólicas, o el consumo de drogas, o la dependencia respecto de la pornografía.
Lo saben también quienes tienen cadenas “ligeras”, como las de un trabajo más o menos obsesivo, que exige un continuo esfuerzo que gratifica ante resultados positivos pero termina en cansancio y pena por haber descuidado a los familiares y amigos.
Diversos pensadores han intentado explicar este fenómeno. Es famosa la metáfora que usaba Sócrates en un Diálogo de Platón titulado “Gorgias”, al hablar de una especie de barril con agujeros, que produce placer al ser llenado, y provoca dolor al vaciarse, en un ciclo continuo y sin sentido.
Más allá de las explicaciones, casi todos hemos experimentado ese extraño proceso, en diversas ocasiones, que va de la idea al deseo, del deseo a la búsqueda, de la búsqueda a la obtención, de la obtención al disfrute, y que luego desemboca en la desilusión, o la desgana, o el aburrimiento, o incluso en dolores físicos o mentales.
Ciertamente, existen placeres que duran más, porque son más “tranquilos”, o porque implican menos esfuerzo, o porque resultan más naturales, o porque tocan simultáneamente diversas dimensiones de nuestra condición humana.
Lo importante en el tema del placer es distinguir entre los buenos y los malos placeres (un tema que ya estaba presente en Platón), entre los que ayudan a la convivencia o la dañan, entre los que mejoran nuestra salud y los que la perjudican, entre los que nos abren a otros y los que nos cierran en nuestro egoísmo.
Entonces será posible apartarnos de placeres que al final provocan insatisfacciones y daños más o menos graves, y escoger aquellas actividades nobles, buenas, justas, bellas, que nos permiten caminar serenamente hacia la meta que da sentido pleno, incluso placentero, a cada existencia humana: el encuentro eterno con Dios y con quienes han sabido vivir para amar.
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