Autor: Fernando Pascual
El mundo no puede progresar sin el trabajo en equipo. Hacen
falta comisiones.
Las comisiones buscan puntos de convergencia, pistas de
acción más o menos convincentes, llegar a resultados y decisiones.
Pero existe el peligro de olvidar a la gente concreta, a las
personas. Porque una comisión de estudio puede elaborar un documento muy
hermoso en sus ideas y muy dañino en sus aplicaciones. Porque en la vida
práctica habrá quienes aplaudan el resultado decidido y quienes sufran por no
adaptarse bien a las nuevas directrices.
Las sociedades humanas están formadas por individuos concretos. Cada uno tiene una historia, un camino a sus espaldas. Vive el presente y mira hacia el futuro con miedos y esperanzas, con ideas buenas y con otras equivocadas, con claridad en sus metas o entre dudas.
Lo que cada uno perciba ante lo propuesto por una comisión
es, en muchos casos, diferente. Porque lo decidido “arriba” por un grupo de
expertos no puede llegar a comprender los muchos intereses y situaciones de
quienes viven “abajo” en un mundo polícromo y lleno de singularidades.
Por eso, más allá del trabajo de las comisiones, y después de
las decisiones adoptadas, hace falta ese acercamiento sereno y constructivo a
cada persona en su situación única, particular, concreta.
Ese es uno de los grandes temas para la buena marcha de los
grupos y de las sociedades. No podemos vivir sin reglas que permitan una buena
convivencia. Pero no podemos construir esas reglas en contra de los legítimos
intereses de cada persona.
Por eso, la gran tarea de quienes tienen algún tipo de
responsabilidad consiste en el saber adaptar, en lo posible y razonable,
decisiones generales a lo que pueda ser mejor para cada caso particular.
Sí: la persona está al centro de toda organización humana.
Recordarlo no sólo sirve para tomar buenas decisiones, sino para aplicarlas con
esa prudencia propia de quienes saben llegar a cada uno en el máximo respeto de
sus legítimos intereses.
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