Autor: Fernando Pascual
Una acusación generalizada es aquella que considera que todas
las personas de un grupo son peligrosas, o malas, o con tendencias psíquicas
depravadas, o con otros defectos de cierta importancia.
Un caso dramático por sus consecuencias se dio en la Europa
del siglo XX, cuando los líderes políticos del partido nazi declararon que
todos los judíos eran dañinos y debían ser eliminados.
Casos menos dramáticos, pero no por ello dejan de ser peligrosos, ocurren cuando se piensa que todos los de una nacionalidad son potenciales ladrones, o vagos, o incultos, o agresivos.
En las acusaciones generalizadas se incurre en un grave error
contra un principio fundamental del derecho y de la sana ética: se olvida que
los delitos y las injusticias son cometidos por las personas libres.
Porque una persona no es asesina o violador por ser de una
nacionalidad concreta, o por hacer recibido de sus padres cierta religión, o
por admirar un equipo deportivo, o por votar a un partido o a otro.
A pesar de que para muchos la maldad no es una etiqueta que
vale por igual para todos los que pertenecen a cierta categoría, sorprende ver
cómo en el cine, en la literatura, en las canciones, se difunden estereotipos
con condenas generalizadas contra estos o aquellos seres humanos según el grupo
de pertenencia.
Frente a este tipo de prejuicios, que tanto daño han hecho en
el pasado y hacen en el presente, hace falta promover una sana visión sobre el
hombre que reconozca, como raíz de las acciones, algo tan decisivo como la
libertad.
Esa libertad funda y explica los actos buenos que promueven
la justicia, y también aquellos actos malos que dañan a inocentes. Las condenas
y las acusaciones elaboradas correctamente se construyen desde ese presupuesto
básico.
Es cierto que algunos grupos, constituidos desde la decisión
libre de personas concretas, pueden tener fines negativos que la ley debe
condenar y perseguir. Pero incluso en esos casos las acusaciones contra esos
grupos serán correctas precisamente cuando reconozcan que la afiliación al
grupo fue un acto libre de cada uno de los que participan en el mismo.
Frente a las acusaciones generalizadas necesitamos promover
una cultura del respeto hacia cualquier ser humano, venga de donde venga o se
caracterice de una manera o de otra.
Esa cultura del respeto valora la bondad o maldad de cada individuo no según criterios de grupo, sino según algo tan seriamente humano como lo que surge a partir de decisiones libres y responsables de las personas en su irrepetible singularidad.
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