Autor: Fernando Pascual
Decido empezar una dieta, o salir a pasear al parque, o
visitar a un amigo en el hospital, o participar en un chat de Internet.
La dieta mejora mi salud, pero lleva a cierta descompensación
en la sangre. En el parque consigo aplacar mis tensiones, pero se me pasa el
tiempo y al final no termino un trabajo urgente. Tras salir del hospital siento
un sospechoso dolor en la garganta que me inquieta.
Las decisiones que tomamos tienen sus consecuencias. Algunas nos parecen buenas, porque pensamos que los resultados de aquella actividad serán útiles y buenos. Otras las juzgamos como malas: la visita al hospital ha provocado un contagio que, incluso, no solo me afecta a mí, sino a otros familiares.
Reconocer que nuestras decisiones tienen consecuencias nos
obliga a una mayor atención antes de emprender nuevas acciones. Ciertamente, no
todas las consecuencias son previsibles, pero algunas sí pudieron haberse
tenido en cuenta, o porque se trataría de resultados buenos, o porque serían
dañinos para uno mismo o para otros.
Asumir la responsabilidad de las consecuencias de lo que
decidimos no implica llegar a una angustia continua o, peor, a una especie de
parálisis: la vida en cada momento nos obliga a decidir. Incluso quien opta por
quedarse en casa para no contraer virus peligrosos puede dañar su salud por
falta de actividades al aire libre.
Un sano realismo nos lleva a afrontar cada día con una
atención serena a lo que pueda ser bueno y a lo que pueda dañar, para promover
lo primero y para alejar, en la medida de lo posible, lo segundo.
Muchas veces tendremos que constatar que no existen
decisiones “químicamente puras”, que tengan solo consecuencias positivas: hasta
el simple gesto de saludar a un familiar puede mejorar nuestras relaciones,
pero también provocar nuevas tensiones entre miembros de la familia que
conservan ciertos rencores en sus almas.
Frente a las decisiones que se presenten ante mí este nuevo
día, buscaré, con la ayuda de Dios, escoger aquellas que permitan apartar o
eliminar posibles consecuencias negativas, y promover las que tengan
consecuencias positivas, que alivien sufrimientos y que difundan alegrías en un
mundo hambriento de esperanza.
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