Autor: Bosco Aguirre
Para los antiguos, la fortaleza era una virtud cardinal. En aquel tiempo lleno de peligros, guerras, agresiones, enfermedades, hambres, el hombre y la mujer fuertes necesitaban recursos interiores para afrontar dificultades y arduas, para luchar contra corriente, para construir sobre ruinas.
En el mundo moderno la fortaleza no ha pasado de moda. Quizá no vivimos en medio de guerras, pero existen mil peligros y amenazas que nos asechan continuamente.
Para formar esta virtud, hace falta tener ideales claros, metas válidas, y forjar una personalidad serena y equilibrada.
La inteligencia desempeña su función en esta virtud, pues permite dar un juicio prudencial ante los obstáculos, mide la intensidad de las dificultades, y presenta los recursos que tenemos para afrontarlas.
También ayuda el apoyo de familiares y amigos. La lucha en soledad desgasta y puede generar transtornos psicológicos. Sentir a nuestro lado a alguien que escucha, aconseja, colabora, levanta, produce una energía interior para no dejarse amedrentar ante la intensidad de los peligros.
Tener un apoyo es importante, como lo es saber apoyar a los demás. Porque también quien vive y trabaja a nuestro lado siente la fuerza de las olas y espera manos amigas en medio de la lucha.
Si nos dejamos ayudar, si ayudamos, construimos un mundo más solidario y más fuerte. La fortaleza entonces puede generar circuitos de confianza y de trabajo colectivo, que dan un tinte distinto a la vida y que permiten afrontar situaciones de emergencia o acometer empresas arduas con un corazón fuerte, magnánimo, lleno de energía.
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