Autor: Bosco Aguirre
El tema de la eutanasia está de moda. Por intereses o por despiste, lo cual nos hace dejar de lado un tema mucho más importante, mucho más urgente: la necesidad de una correcta atención al enfermo, especialmente cuando se acercan los momentos conclusivos de cada vida humana. Es decir, la necesidad de promover los “cuidados paliativos”.
¿Cómo entender los cuidados paliativos? Desde el punto de vista médico, son cuidados ofrecidos para acompañar al enfermo también cuando la ciencia de Hipócrates no es capaz de curar, pero sí de atender a quien convive días, meses o años con su enfermedad mientras se acerca el día del desenlace último.
Resumiendo lo que dice al respecto la Organización Mundial de la Salud, los cuidados paliativos:
-Son cuidados que afirman el valor de la vida y acogen la realidad de la muerte como algo normal.
-No provocan nunca la muerte, ni tampoco la retrasan con sufrimientos inútiles.
-Buscan aliviar el dolor y, en la medida de lo posible, otros sufrimientos del enfermo.
-Promueven una mejora de la cualidad de vida y la atención más adecuada al desarrollo de la enfermedad.
-Integran otras dimensiones de la atención al enfermo, como son la dimensión psicológica y espiritual.
-Ofrecen un sistema de apoyo para que el paciente pueda convivir con su enfermedad y mantenerse activo (dentro de las posibilidades de cada situación).
-Sostienen a la familia para que pueda sobrellevar los inconvenientes y el dolor que implica el convivir con un pariente enfermo.
Se trata, por lo tanto, de acompañar al enfermo de modo integral, completo, humano. Porque su vida vale mucho. Porque su enfermedad hace frágil la psicología de quien sufre. Porque los “sanos” podemos hacer mucho por él. Todos: el personal médico, la familia, el asistente espiritual (un sacerdote, un pastor evangélico, un rabino, etc.), el psicólogo.
El médico (en general, cualquier asistente sanitario), se siente interpelado para dar lo mejor de sí mismo desde el punto de vista médico y desde el punto de vista humano. También cuando ya no “hay nada que hacer” para curar, pero sí mucho que hacer para que el dolor se viva con menos soledad y con más espíritu de acogida. Aprender a usar lo que la medicina moderna nos ofrece para calmar el dolor y hacer más llevadera la enfermedad es un deber y un deseo de cada corazón médico, de cada hombre que trabaja, desde una profesión profundamente asistencial, con el enfermo.
Igualmente la familia tiene un papel fundamental en los cuidados paliativos. Ciertamente, resulta difícil y doloroso ver cómo la enfermedad debilita a un ser querido. Más difícil todavía si se trata de un niño. Cada situación nos interpela, nos pide sacar esas energías de amor que tenemos en nuestro interior, y que nos permiten encontrar tiempo y cariño donde parecía antes haber sólo prisas y descuidos.
Por su parte, el asistente espiritual puede ser un verdadero compañero de camino. La enfermedad aviva las preguntas más profundas sobre el sentido de la vida y de la muerte. Dar una respuesta no es fácil. El recurso a la fe, a la religión, puede abrir horizontes de respuesta, puede hacernos descubrir que la vida presente es una “realidad penúltima”, un momento más o menos magnífico que nos prepara al gran paso, al encuentro con un Dios que nos ama de veras.
También tiene un papel muy importante el psicólogo, que puede hacer un buen trabajo de grupo con el médico, la familia y el asistente espiritual para ayudar al paciente a acoger los inconvenientes que toda enfermedad suscita, para superar un poco el dolor que surge al constatar cómo día a día se pierde esa autonomía que a todos nos produce satisfacciones profundas.
Más de un defensor de la eutanasia ha declarado, en debates públicos, que casi no habría peticiones de eutanasia si se desarrollasen más los cuidados paliativos y la medicina del dolor. Por lo mismo, parece muy extraño el que se hagan aquí y allá campañas en favor de la eutanasia cuando lo que habría que hacer es cambiar mentalidades y leyes que ponen serios obstáculos al uso de calmantes y anestésicos y a otras dimensiones de los cuidados paliativos.
Pensemos, por ejemplo, en lo mucho que se ganaría si se evitase el aislamiento al que se somete, a veces ya sin ningún beneficio terapéutico, a algunos enfermos terminales. O si se lograse que las últimas atenciones sanitarias permitiesen al enfermo pasar las semanas finales de su vida en su propio domicilio.
Siempre quedará, sin embargo, quien no quede satisfecho por más tratamientos que reciba. El respeto a su rebeldía, a su rabia, no nos debe llevar a eliminarlo, sino a atenderlo con más cariño, con más amor.
La eutanasia no es ni será nunca solución, pues cree eliminar el mal cuando lo que hace es eliminar al enfermo. Lo mejor que podemos hacer, por amor y por respeto a cada hombre débil y herido, es promover un esfuerzo intenso, ingenioso, para que dé los pasos que le permitan descubrir el sentido de su vida también en medio de las penas y los sufrimientos de cada día. Un reto nada fácil, pero no imposible. Nuestra misma cercanía podrá hacer descubrir a más de uno (también a nosotros mismos) que la vida es siempre (siempre, sin excepción) hermosa cuando hay amor y cuando amamos...
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