Autor: Santiago Kiehnle
Cuando el cielo está despejado podemos ver con claridad el sol. Aunque es cierto que si lo vemos directamente nos encandila. Sin embargo, cuando el cielo está nublado no podemos ver el sol, pero a pesar de estar escondido detrás de las nubes, nos siguen llegando sus rayos. No obstante que haya muchas nubes, que haga muy mal clima, incluso puede estar lloviendo mucho, pero el sol siempre estará ahí. Aunque no lo podamos ver durante algunos momentos, el sol permanece ahí.
Lo mismo sucede con Dios. No podemos verlo directamente porque nos encandilaría. Es demasiado para nuestros ojos humanos. Hay momentos en la vida en que vemos con claridad, vivimos en paz y tenemos días preciosos. Pero también hay otros momentos malos, en los que no vemos con claridad, nuestra vida parece estar nublada y creemos que Dios ya no está ahí. Sin embargo, detrás de todas las nubes, Dios sigue brillando con todo su esplendor y sus rayos nos siguen llegando.
Dios permite esos periodos “obscuros” en nuestras vidas para purificarnos. Son periodos difíciles, pero de mucho crecimiento. En esos periodos de tormenta debemos mantener firme el timón y seguir adelante, sin cambiar la ruta. No debemos tomar decisiones en esos momentos, pues no vemos con claridad. Debemos seguir adelante con la seguridad de que después de la tormenta siempre viene el sol. Con la seguridad de que el sol sigue ahí, aunque no lo podamos ver.
Dios no sólo está presente en esos momentos, sino que está más presente que nunca, aunque esté escondido. Nos sigue de cerca, nos acompaña, nos sostiene, nos lleva en sus brazos y nos protege. Aunque no podamos sentirlo.
(Nota de la redacción: este trabajo fue publicado en 2014; volvemos ahora a destacarlo).
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