Autor: Fernando Pascual
Hay miedos de diferentes tipos según la causa que los produzca. Otros miedos dependen fundamentalmente del modo de ser de cada uno.
Algunos miedos tienen un origen natural o una causa obvia: ir por una calle oscura, sobre todo en ciertos lugares, provoca miedo. Como también da miedo que un día la empresa donde uno trabaja reduzca plantilla y empiecen los despidos.
Otros miedos carecen de fundamento, y provocan daños en quien los sufre. Quien teme contagiarse de cualquier cosa y por cualquier causa, no podrá salir tranquilamente a la calle...
En el ámbito cristiano, Cristo indicó a quiénes no temer y a quién temer, con lo que dejó en claro que hay miedos que no corresponden a la fe verdadera, mientras que otros miedos son necesarios.
¿Qué dijo exactamente el Maestro? “No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos” (Lc 12,4‑7).
Sí: hemos de tener miedo de quien destruye nuestra alma; es decir, de quien la puede herir con el pecado mortal, que nos aparta de Dios y nos enemista con los hermanos. Los demás miedos, naturales o patológicos, quedan en un segundo lugar.
Por eso, necesitamos vivir muy cerca de Dios, que nos da fuerzas para el combate de cada día. Sólo entonces podremos trabajar “con temor y temblor” por nuestra salvación, “pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece” (cf. Flp 2,12‑13).
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