Autor: Fernando Pascual
En el mundo abundan las confusiones. La mente queda aturdida ante mensajes y opiniones contradictorias o llenas de ambigüedades. ¿Dónde está la verdad? ¿Quién se equivoca?
Unas elecciones. Ganadores y perdedores. ¿Quiénes van a promover el bien del Estado? Síntomas de una enfermedad. Dos médicos dan diagnósticos diferentes. ¿Quién tiene la razón?
Si profundizamos en temas éticos, unos dicen que es bueno este acto y otros que es malo. ¿Quién dice la verdad, o hay que renunciar a su búsqueda?
Algunos, ante el panorama complejo de nuestro tiempo, piensan que es imposible tener certezas, y que vale la pena vivir continuamente abiertos a discusiones que no llegan nunca a resultados definitivos.
Porque, según el parecer de esas personas, pretender la posesión de la verdad es algo arrogante y, en muchos casos, dañino para la convivencia entre los seres humanos.
En realidad, la frase anterior muestra una contradicción extraña. Por un lado, critica como negativo el pretender y presumir la posesión de verdades. Por otro, esa crítica existe en quien cree estar diciendo algo verdadero...
Si dejamos atrás este tipo de posturas, podremos reconocer que todos tenemos un irrenunciable amor hacia la verdad, y que buscamos continuamente alcanzar la máxima claridad posible en temas cotidianos o en asuntos de mayor importancia.
Pretender que la vida siga en un debate continuo, y mantenerlo vivo como si se tratase de algo positivo, son modos de pensar y de actuar equivocados. Porque lo que más deseamos, desde el interior de nuestras almas, es encontrar buenas respuestas a las preguntas decisivas.
En ese sentido, la claridad es una compañera benévola y deseada, que surge cuando dejamos de lado las tinieblas de la confusión y de las dudas porque ha sido posible un acercamiento, humilde pero confiado, a la verdad, sin importar dónde se encuentre o quién la diga.
Si, además, un día llegamos a reconocer que la misma Verdad tiene un rostro y se hizo presente en la historia humana en la Encarnación del Hijo de Dios, entonces habremos alcanzado una claridad y una dicha que nada ni nadie podrá arrebatarnos...
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