Autor: Fernando Pascual
Para Sócrates y para Platón
el mayor mal, el error más grave que pueda cometer un ser humano, consiste en
pensar que uno posee la verdad cuando en realidad está muy lejos de ella.
¿Por qué sería tan grave
equivocarse en esto? Porque sólo podemos entrar en el camino hacia la verdad si
reconocemos que aún no la hemos encontrado. Quien cree conocer lo que no conoce
tiene la mente y el corazón incapacitados para aprender: no percibe que le
falta algo, no está en disposiciones para ir a buscarlo.
Ocurre algo parecido en el
mundo de la medicina.
Hay situaciones o enfermedades en las que el enfermo no
percibe que su cuerpo está al borde de la catástrofe. Al no
sentir dolor, o al no querer reconocerlo, no pide ayuda, no recurre al médico,
no busca soluciones.
Hay quienes piensan: “yo
tengo razón, yo sé cómo están las cosas. No necesito que nadie me enseñe,
porque yo conozco a fondo este tema”. Han cerrado las puertas a cualquier
comunicación constructiva. Si alguien intenta ayudarles a ver otras
perspectivas, a descubrir que tienen errores más o menos graves, encontrará
seguramente un muro impenetrable y una respuesta tajante: “la verdad es una y
la tengo yo”.
En casos como éste, podemos
creer que estamos ante un error “invencible”, que no hay caminos para ayudar a
esa persona. Los Sócrates de ayer y los de hoy, con toda su habilidad en las
discusiones, no podrían hacer nada ante el grave más grave: creer saber sin
saber.
Existen, sin embargo,
senderos de esperanza para salir de este agujero, menos en algunos casos que
sólo pueden ser tratados por un psiquiatra. Quien piensa saber algo sin
saberlo, puede reaccionar desde el fondo de su alma ante las sorpresas de la vida. A veces un
accidente, una noticia muy concreta, o simplemente un movimiento de la mente y
del corazón ante nuevos datos, consiguen descorrer las vendas de los ojos. Es
entonces cuando uno puede decir: “Estaba equivocado, vivía muy lejos de conocer
la verdad”.
Otras veces la curación
inicia desde la ayuda de un familiar, de un amigo, de un conocido. Con mucha
paciencia y con un trabajo sereno y constante, esa persona tiende hacia el
errante una mano amiga, le ofrece la oportunidad de un diálogo abierto y bien
argumentado. Es más fácil reconocer los propios errores ante unos ojos amigos
que ante el desprecio de quien insulta a los otros como ignorantes,
acomplejados o psicópatas.
¿Hay errores invencibles?
Seguramente no, porque la verdad al final (a veces el final es pocos instantes
antes de la muerte) termina por imponerse.
¿Hay personas equivocadas muy
difíciles de ser convencidas y curadas? Sí, y no hace falta ir muy lejos para
dar con ellas. Pero desde la misma marcha de la vida, desde la amistad profunda
de un alma buena, es posible descubrir un horizonte magnífico de verdades hasta
ahora ignoradas. Verdades que son el anhelo más profundo que desean alcanzar
todos los corazones humanos desde que empieza la edad de los porqués hasta que
llegan al umbral de la despedida a lo terreno y del encuentro con lo eterno.
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